Tanto si tus pequeños aún no han empezado a leer, como si tus hijos ya son lectores experimentados, compartir lecturas es una buena fórmula para disfrutar en familia. A la mayoría de los niños les encanta escuchar historias y descubrir aventuras relatadas por sus padres, sin embargo cuando aprenden a leer se cansa o pierde entusiasmo.
Es importante tener en cuenta que los niños relacionan la lectura con un momento íntimo y especial con sus padres y cuando empiezan a leer solos ese vínculo desaparece, lo que les puede llevar a perder interés.
Leer no es sólo ser capaz de enlazar una letra con otra. Más bien solo se puede decir que se lee realmente cuando se comprende, es decir que la comprensión lectora es la auténtica piedra angular de esta afición. Si dejamos leer solos a nuestros hijos antes de que comprendan lo que están leyendo perderán todo el gusto por los textos.
Fábulas
En este sentido, si tu hijo ya lee puedes dejar que sea él quien te cuente un cuento. Para ello, las fábulas son buenas aliadas, ya que se trata de relatos breves, normalmente protagonizadas por curiosos animales que viven particulares historias. La moraleja, además, os permite charlar un rato sobre qué es lo que ha leído, cuál es su significado y qué podrían hacer los personajes si volvieran a vivir una historia similar.
Los cuentos cortos, las adivinanzas o las retahílas también pueden ser recursos muy apropiados para pasar un buen rato. De hecho, tanto las adivinanzas como los trabalenguas y las retahílas son perfectas para jugar con tu hijo y sus amigos.
Lecturas extensas
Si lo que queremos es que nuestro hijo comience con libros más extensos, de esos que no se terminan en un solo día, también podemos colaborar con ellos. Podéis establecer una rutina eligiendo una hora a que normalmente estéis tranquilos y convertirla en vuestro momento de lectura. Así sabrás que tendrá continuidad y que podrá terminar el libro.
Sentaos juntos y compartid la lectura, podéis leer un párrafo cada uno hasta terminar uno o varios capítulos. Es interesante comentar lo que habéis leído al terminar la sesión para así afianzar la historia y que tu hijo tenga una visión más global de lo que está leyendo.
Al día siguiente, antes de empezar con el nuevo capítulo, recordad qué pasó en el capítulo anterior, así el pequeño retomará el hilo y podrá seguir la historia con más facilidad. A buen seguro, llegará el día en que tendrá tantas ganas de saber qué pasa en la historia que no podrá dejar de leer.
Cambiar la conducta de los niños sin recurrir a castigos
Los niños son pura energía y emoción, se muestran transparentes y carecen de hipocresía. Si observamos sus rostros al descubrir algo nuevo nos queda muy claro si les gusta o no ya que no controlan sus emociones y muchos de ellos son incapaces de canalizarlas de modo positivo.
Hay niños más impulsivos que cuando se ven invadidos por emociones negativas no saben qué hacer con ellas. Los pequeños pueden aprenden desde sus primeros años de vida técnicas de relajación. No se trata de que los niños pasen una hora sentados meditando, sino de que hagan ejercicios de unos pocos minutos que les ayuden a serenarse y a distraer la atención de esas emociones negativas.
El objetivo es conseguir que los niños aprendan a controlar sus conductas no deseadas sin necesidad de los castigos. Una técnica muy conocida y habitual es la silla de pensar. Se trata de que los niños estén durante un corto espacio de tiempo apartados del resto de sus compañeros o de la familia, si están en casa, tras un mal comportamiento. Sin embargo este método cuenta cada vez con más detractores ya que consideran que, en definitiva, se trata de un castigo.
En su lugar, proponen no castigar y enseñar a los niños a relajarse y a expresar sus sentimientos, para lo que es imprescindible estar tranquilos:
- Observar y escuchar: Cuando surgen los conflictos y los malos comportamientos es interesante conocer cuáles son las razones que han llevado a los niños a realizarlos. En muchas ocasiones es desconocimiento, por lo que basta con hacer entender a los menores que no deben volver a repetir ese comportamiento. Por eso hay que escuchar atentamente a los niños, sólo de ese modo podremos comprender sus motivaciones.
- Flexibilidad y confianza: Mediante la escucha activa y el acompañamiento a los pequeños se crea un entorno de confianza para los pequeños, lo que logra que los niños se sientan cómodos y libres para tomar nuevas iniciativas y atreverse a experimentar. Así los niños se sienten menos presionados y se muestran más relajados, moderando la impulsividad y la conflictividad.
- El poder de la música: Cuando la tensión empieza a cundir entre los niños y se muestran más nerviosos, cuando hay un conflicto entre ellos y no atienden a razones o cuando el niño tiene una rabieta no es el momento de intentar explicarle nada. Lo principal es conseguir que vuelva la calma y para ello la música es un gran aliado. Elige música suave, clásica o con sonidos naturales y evocadores y deja que los niños la escuchen. La atención plena a la música los alejará de aquello que le ha llevado a los malos comportamientos y al tranquilizarse podrán hablar de qué ha sucedido y podrán escuchar y entender por qué no deben volver a repetirlo.
- Las nubes y el viento: Es una técnica en tres pasos para manejar las emociones. Primero, los niños se tumban en el suelo y observan las nubes tranquilamente, las cuentan, no dicen qué formas tienen y si se mueven o no empujadas por el viento. Si no se mueven los niños, mientras siguen tumbados, pueden soplar y soplar como si ellos fueran el viento. El siguiente paso es que los niños jueguen a ser nubes. Se ponen de pie y se reparten por el espacio de juego, mientras unos niños son el viento y soplan y soplan, otros son las nube que se mueven por el cielo suavemente y sin chocarse. Para terminar, vuelven a relajarse mirando de nuevo las nubes.
La aventura de dormir fuera de casa por primera vez
Es habitual que la primera vez que los niños duermen fuera de casa, sin su familia, ocurra durante las vacaciones de verano. Puede ser en casa de los abuelos o los tíos en el pueblo, en un campamento o en casa de algún amigo para celebrar una fiesta ‘de pijamas’.
Dependiendo de la familia y de sus costumbres, los niños pueden estar habituados a dormir fuera de casa, con los amigos o los primos. Para muchos niños es algo muy atractivo que les llena de ilusión y que se convierte en una auténtica aventura. Sin embargo, a otros pequeños les provoca angustia y este sentimiento no les permite disfrutar de la experiencia.
Dormir fuera de casa puede ser beneficioso para el niño o la niña, al reforzar su autonomía e independencia y mostrarle cómo hay que adaptarse a otros horarios, a otras normas o a comidas diferentes de las que se preparan en su casa.
La primera vez lo mejor es que el pequeño duerma con alguien de absoluta confianza de la familia, para favorecer la sensación de seguridad. Los abuelos o los tíos suelen ser la opción más adecuada, ya que, habitualmente, son quienes más conocen a los pequeños y éstos se sienten muy a gusto en casas que ya han frecuentado y con personas que saben que les quieren.
Una vez que ya ha experimentado esto, puede dormir en casa de algún amigo. En este caso es importante conocer muy bien a la familia para estar seguros de que nuestro hijo se va a sentir bien y cómodo.
En todos los casos es importante informar al anfitrión de las costumbres de nuestro hijo. Debe saber si se va a la cama temprano, si le gusta remolonear antes de acostarse, si cena bien o normalmente pone impedimentos a la comida, si duerme del tirón o suele despertarse por la noche y, por supuesto, si habla en sueños o tiene algún tipo de sonambulismo, para que la familia no se asuste y sepa cómo comportarse en su caso.
Del mismo modo, debemos conocer las costumbres de la familia anfitriona, por ejemplo, si tiene televisión en la habitación donde va a dormir el niño o si sus costumbres alimenticias son diferentes a las nuestras.
Campamentos
El caso de los campamentos es algo diferente, puesto que los niños se van a disfrutar de una experiencia nueva y desconocida. Ahí es donde radica la mayor diferencia, en el caso de los campamentos, cuando se trata de la primera experiencia, no conoce a los monitores, ni los espacios físicos, ni tampoco a sus compañeros.
Lo principal es escuchar al niño. Hay que preguntarse directamente si quiere ir y explicarle claramente a dónde va, qué va a hacer allí. Debe entender que va a pasar unos días fuera de casa y que no va a poder regresar cuando le parezca.
Si en principio dice que no, podemos volver a proponérselo unos días después por si lo ha pensado mejor y le apetece vivir la experiencia. Por eso es importante proponérselo con antelación suficiente para que pueda hacerse a la idea.
Si definitivamente no quiere ir, no hay que obligarle, quizás no esté preparado y obligarle a ir es tan malo como prohibírselo. Cada niño tiene su ritmo de maduración y puedes esperar al verano que viene para volver a invitarle a ir a un campamento. Es muy posible que para entonces ya se sienta preparado y esté deseando ir.
Contratiempos
Existen diferentes contratiempos que pueden surgir cuando nuestro hijo duerme fuera de casa y que no tienen por qué llevarnos a salir corriendo a su rescate. Lo mejor es mantener la calma antes de tomar una decisión.
Pipí: Probablemente ni siquiera lo habíamos imaginado pero es más habitual de lo que parece. Algunos niños manifiestan su ansiedad por estar en un entorno diferente y alejado de sus padres con una ‘vuelta atrás’ y se hacen pis. Lo mejor en este caso es restarle importancia al hecho y seguir la noche sin más complicaciones, basta con llevarle un pijama limpio, aunque lo mejor es ponerlo en su mochila previamente con la excusa de que se puede manchar durante la cena.
Quiere ir a casa: Si el niño insiste en volver a casa, podemos hablar con él por teléfono para que nos explique las razones concretas por las que, tras decidir pasar la noche fuera, ha cambiado de opinión. Lo mejor es conseguir aclarar la situación en esta conversación telefónica, pero si se complica y nuestro hijo se muestra inconsolable, podemos ir a recogerlo y dejar la experiencia de dormir fuera para otra ocasión. Posiblemente aún no esté preparado.
Problemas: También es habitual que nos llamen para informarnos de que le duele la cabeza, de que se ha caído o de que no quiere cenar o desayunar. Lo mejor es explicar con antelación las costumbres de nuestro hijo para que sepa cuál es su comida favorita, si utilizamos algún tipo de medicina o de pomada para los dolores y los golpes o si tiene alguna alergia. Una vez resuelta la duda, la noche puede seguir con toda normalidad.
Las crisis de edad de los niños antes de la adolescencia
En ocasiones notamos como si nuestros hijos hubieran dado un cambio radical, pasan de ser dóciles y obediente a retarnos continuamente y a tener numerosas rabietas. En ocasiones, ése cambio nos hace temer que el niño tenga una nueva personalidad más radical que pueda traernos de cabeza.
Normalmente se trata de las crisis de edad y tienen que ver con los diferentes cambios físicos y psicológicos que siente el niño. La crisis de edad más conocida es la de la adolescencia. Sin embargo, antes de llegar a ella hay otras tres que podemos observar en mayor o menor medida según la incidencia que tenga en nuestro hijo. Te contamos cuáles son para que puedas reconocerlas y vivirlas sin complicaciones.
18 meses
La primera crisis de edad aparece entre los 18 meses y los dos años. Esta deja muy desconcertados a los padres ya que el niño es aún un bebé y, sin embargo, empieza a presentar comportamientos rebeldes. Conocer su existencia y saber cómo comportarnos nos ayudará a acompañar a nuestros hijos en estos momentos de cambio.
En el niño se ha despertado su curiosidad y quiere conocerlo todo, por lo que su objetivo vital es tocar, coger, morder y experimentar con todo aquello que esté a su alcance. Por eso es recomendable no dejar a su alcance objetos que no deba utilizar, por ser frágiles, peligrosos o no recomendables para su edad, así no habrá que prohibírselo.
En caso de que se encapriche con alguno, lo mejor es distraer su interés hacia otro objeto o actividad. Negárselo una y mil veces puede no dar resultado y os desgastará a los dos.
Tres años
Es la conocida como 'fase del negativismo' o de oposición. La actitud del pequeño suele ser de protesta y negación continua. Un enfrentamiento directo y abierto a su oposición hará que sea más difícil para todos.
El niño intenta mostrar su independencia y dejar ver que es un ser con su propia identidad, por eso comprenderlo hará que seamos más tolerantes con sus comportamientos. El niño está formando su personalidad y, si hasta ahora, sus padres formaban parte de él, ahora debe cortar el cordón umbilical, de modo metafórico.
Por eso la mayoría de sus rabietas van dirigidas a sus padres. Esta crisis de edad es transitoria, sin embargo, hay que saber manejarla, permitiendo al niño tener su ámbito de autonomía y realizar elecciones propias, para que su desarrollo sea positivo. Del mismo modo, es importante no convertir las rabietas en el centro de atención, para procurar que duren lo menos posible, de otro modo, puede que tengamos que soportarlas durante años.
Doce años
Comienzan los cambios hormonales en los menores, es la pubertad y además de los cambios físicos, podemos comprobar cabios de actitud y de comportamiento. Tras un periodo relativamente tranquilo, los niños comienzan a mostrarse más irritables y regresa la confrontación con los padres y con otros adultos como los profesores.
Es la antesala de la adolescencia, les cambia la voz, aparece vello en diferentes zonas del cuerpo, suelen dar estirones y aparece el acné, a la vez que suele cambiar su olor corporal. Todos cambios profundos que los niños deben asimilar casi de golpe a la vez que cambian el colegio por el instituto y aumentan sus responsabilidades.
Algunos niños demuestran su pretendida independencia buscando el conflicto continuamente. En estos casos hay que ofrecer opciones de comportamiento. Una comunicación fluida en el seno de la familia hará que esta etapa pueda superarse con más serenidad para el niño y para toda la familia.
El mejor aliado tanto en estas tres etapas de crisis como en la de la adolescencia es escuchar, respetar y, sobre todo, grandes dosis de paciencia.
Fuente mujerhoy.com
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