El agua cubre más del 70 por ciento de la corteza terrestre, lo que significa las tres cuartas partes de la superficie del planeta Azul. El líquido elemento nos atrae, nos fascina y forma parte de casi todos los planes de vacaciones veraniegas bien sea en forma de piscina o de mar. Sin embargo, lo que se propone como unos días de descanso y relax se puede convertir en un tiempo de tensión y preocupación si vamos acompañados de niños.
En general, es recomendable que los niños aprendan a nadar a una edad temprana para evitar riesgos en piscinas y playas. En verano se ofrecen numerosos cursos y campamentos de natación con monitores profesionales que deben estar especializados en natación infantil.
Sin embargo, sepan o no flotar, desplazarse en el agua o nadar correctamente, hay que extremar la atención cuando estamos con niños cerca del agua. Así lo pone de manifiesto el Comité de Seguridad y Prevención de Lesiones Infantiles de la Asociación Española de Pediatría destacando que “nada puede reemplazar la vigilancia de los padres o cuidadores”. Una vigilancia que requiere de diferente dedicación según las edades de los menores pero que nunca puede ser sustituida.
Otras de las circunstancias que se dan son los temidos berrinches de los pequeños que no quieren entrar en el agua y que pueden arruinar las mejores vacaciones. Para evitarlos o para ayudar a los niños que no saben nadar a iniciarse en esa actividad lo mejor es seguir unos sencillos pasos:
1. Curiosidad: La curiosidad es natural en los niños que tienen un innato espíritu aventurero. Sin embargo, la piscina y la playa significan para ellos llegar a un medio desconocido alejado de la seguridad de su bañera o ducha. Cada niño necesita su tiempo así que es importante dejar que se acerque y que sea su propio interés el que le haga querer tocar el agua. Aunque no sea la primera vez que el pequeño acude a ese lugar, hay que tener en cuenta que probablemente habrá pasado casi un año desde la última vez que lo visitó, así que no debemos esperar que al inicio de las vacaciones se comporte como al final de las anteriores. Tienen que volver a adaptarse.
2. Poco a poco: Una temperatura diferente, una sensación especial. Para que se acostumbren a ella hay que hacerlo poco a poco dejando que se mojen las manos, echándoles agua suavemente en la cabeza o por las piernas de modo que para ellos sea algo divertido.
3. Desde tierra: Salpicar con las piernas sentados en el borde de la piscina, correr con las olas en la playa o tirar juguetes al agua para que el niño vea como flotan en un modo estupendo para que se familiaricen con el agua.
4. Respirar y flotar: Una vez que el niño ha perdido el miedo al agua puede empezar a flotar acompañado de un adulto. También se pueden utilizar accesorios como los manguitos para que puedan adquirir independencia cuando lo deseen. También pueden jugar tomando el aire primero y soplando fuerte bajo el agua para hacer burbujas, así irán aprendiendo a respirar en el agua.
5. Juego e imitación: Que vea a otros niños jugando le animará a querer participar y disfrutar. La natación es una actividad más con sus peculiaridades. Los niños la aprenden mejor si es para ellos un juego y la imitación el medio para conseguirlo, al igual que sucede con el lenguaje o con el resto de habilidades.
6. En compañía: Sentirse seguro y confiado ayudará al pequeño a avanzar y a querer seguir nadando. La compañía de su madre le ofrece ese entorno de seguridad hasta que se sienta con la habilidad suficiente como para alejarse sintiendo que hay alguien que está ahí por si necesita ayuda.
7. Risa: Los niños no aprenden a nadar en un día. Cada uno es diferente y necesita por lo tanto un tiempo distinto. Lo mejor que les puede suceder para esquivar el miedo que atenaza los músculos y provoca sensación de ahogo es estar rodeado de sonrisas y que nadar sea una fiesta. El entorno positivo será bueno para que toda la familia pueda disfrutar de un refrescante baño.
¿Te gustaría tener un hermanito?
El anuncio de la llegada de un hermano o hermana a un hogar no suele improvisarse. «¿Te gustaría tener un hermanito?». La respuesta, que habitualmente es positiva con entusiasmos dispares, también es susceptible de ser inesperada y sorprendente. «Preferiría un perrito», le contestó un niño de cuatro años a un buen amigo. Por lo general, los niños son propensos a desear hermanos; otra cosa es que su llegada les provoque cierto rechazo al sentirse desplazados del centro de atención familiar. De hecho, lo están. La llegada del recién nacido supone cierta pérdida de estatus en casa, pero si la situación es llevada con tacto, el premio de llevar los ‘galones’ de hermano mayor puede compensar el haber dejado de ser el único.El anuncio
La espera del nuevo inquilino debe revestirse de fiesta y de ilusión, pero lo primero que hay que tener en cuenta es cómo el niño de entre 3 y 5 años ve al futuro hermano. Esto es, desde un compañero de juego, un divertimento, a una posible competencia. Desde una ilusión a un estorbo o interferencia en su relación con sus padres. El caso es que todas las apreciaciones se corresponden con la realidad y, en el fondo, son equiparables a los sentimientos de los padres. Porque ellos también sienten una fuente de nueva satisfacción y a la vez la preocupación de tener que invertir más tiempo y energía en otro hijo.
De cualquier modo, son los padres quienes deciden y la ilusión que ha llevado a los padres a decidir tener un hijo hay que contagiarla al futuro hermano, de manera que este espere ilusionado al nuevo inquilino del hogar.
El nacimiento
El parto conlleva situaciones extrañas en el hogar a los ojos de un niño pequeño: los padres se desplazan al hospital, la madre cambia físicamente, al padre le cuesta disimular su nerviosismo... El hogar vive unos días convulsos hasta que una cesta, más o menos sofisticada, alberga un muñeco que tiene vida. Así lo vería un pequeño de tres años mientras todos centran su atención en él. Este es un momento importante a tener en cuenta para que el hermano mayor no se sienta desplazado. Es conveniente que el niño participe del protagonismo de las emociones de estos primeros días, que se le permita jugar con el bebé, tocarlo, tenerlo en brazos... Su hermano o hermana es especial y debe ayudar a sus padres a cuidarlo. Es muy importante que él se sienta partícipe de la evolución del bebé y lo sienta como suyo.
El bebé crece
El objetivo, a la hora de educar, es crear un ambiente propicio al desarrollo de la personalidad. Cuando se tiene más de un hijo es preciso darse cuenta de que no serán forzosamente iguales. Es importante conseguir que cada uno pueda vivir su evolución personal de manera individualizada y, a la vez, con capacidad para compartir con la familia. La clave está en conseguir un equilibrio, pero no siempre es fácil. Algunos padres ponen excesivo énfasis en igualar a los hijos, vistiéndolos igual, comprándoles los mismos juguetes y buscándoles el mismo tipo de actividades. Pero los hijos deben ser iguales en derechos y trato, pero no idénticos en aptitudes, aficiones y manera de ser.
Uno de los aspectos más apasionantes de educar es descubrir cómo son nuestros hijos, conocerlos y reconocerlos. La mejor manera de hacerlo es mirándoles, escuchándoles, dejar que tomen iniciativas a la hora de elegir. En tiempos de prisas, la paternidad exige un punto de calma, de paciencia, de tiempo para ver cómo se desarrollan los gustos y preferencias de los hijos. En algunas cosas se parecerán, pero en otras serán notablemente distintos. Reforzar la diferencia permite el desarrollo de la personalidad y, al mismo tiempo, evita enfrentamientos y celos.
Los primeros celos
Se podría pensar que decir ‘inevitables celos’ es una exageración. Pero no lo es tanto. Toda convivencia supone un cierto nivel de comparación. Es algo que surge espontáneamente y sirve para reconocerse a uno mismo. Los demás son como espejos alternativos a los convencionales. En ellos se reflejan conductas más o menos semejantes a las nuestras. Entre hermanos, de la comparación surge un cierto nivel de competencia y, ocasionalmente, confrontación.
Los celos, vividos sin enfrentamientos sistemáticos, son propios de los hermanos a cualquier edad. En la infancia se manifiestan sin censura y a medida que desarrollamos la personalidad aprendemos a disimularlos. Estos son normales, pero también los hay patológicos. No son frecuentes en la infancia, pero pueden llegar a ser un problema psicopatológico grave en un adulto. En niños, es incluso preciso tolerar un cierto nivel de rivalidad. De hecho, no haciendo caso a las pequeñas disputas se llega a extinguirlas, en cambio, actuando activamente para evitarlas se acrecientan.
Para quienes requieran de instrucciones claras, sí que hay pautas para evitar que celos normales lleguen a enquistarse. A saber: no utilizar la comparación entre ellos, ni como estimulo ni como castigo; evitar la competencia; respetar las diferencias que, inevitablemente van a tener; no tomar partido en sus discusiones y si se considera que uno de los hermanos actúa de manera inadecuada, debe reprimirse sin la presencia del otro y, por último, es muy importante que se sientan queridos por los padres.
Mejor ignorar las peleas
A veces, la rivalidad que genera la citada convivencia tiende a resolverse, aunque con moderación, de forma violenta. Un empujón para alcanzar un juguete o llegar primero a una golosina son conductas habituales y normales. A menudo la intervención de los padres, aunque del todo bienintencionada, puede complicar la situación porque convierte una pelea banal en una exhibición. De hecho, muchas peleas acaban cuando los padres desaparecen de la escena. Sin testigos, el aliciente desaparece. Aunque parezca inadecuado, lo mejor ante una pelea entre hermanos es no intervenir siempre y cuando la agresividad no sea excesiva.
Todos los padres, quiero creer, hacen lo posible para favorecer el desarrollo de la personalidad de sus hijos y para que el ambiente familiar sea feliz. Pero no es tarea fácil. En los casos de dedicación adecuada, de máximo interés en hacer lo posible para el bienestar de hijos y padres, hemos de ser conscientes de que el humano es un ser libre e imprevisible. Es por ello que se debe afrontar la convivencia familiar con el espíritu abierto, con capacidad para la tolerancia, huyendo de ideas preconcebidas y de planes rígidos. Lo único verdaderamente importante en un hogar es que se respire afecto, respeto mutuo y serenidad.
Alimentación infantil
El verano está a la vuelta de la esquina y a muchos lugares ya han llegado las temperaturas estivales. Con el calor todos modificamos nuestros hábitos en general y los alimenticios en particular.Los niños son especialmente sensibles a estos cambios. La pérdida de apetito se puede convertir en un auténtico quebradero de cabeza para adaptar la dieta a las necesidades alimenticias de los más pequeños de la casa. Sin embargo, hay que tener en cuenta que, tal como indica la doctora Susana del Pozo de la Calle, directora de análisis de la Fundación Española de la Nutrición, "las necesidades nutricionales de los niños son las mismas en todas las estaciones del año ya que ellos requieren los mismos aportes de vitaminas, fibra o hidratos de carbono". "Lo que sí hay que hacer es una preparación más apetecible con alimentos de temporada", precisa la doctora.
Así pues, deben mantenerse las pautas habituales aunque cambien las rutinas. Tal como explica Del Pozo: "Se recomienda de cuatro a seis comidas al día con un aporte calórico de 2.000 kilocalorías al día aunque se pueden distribuir de manera diferente. Si los niños se levantan más tarde que durante el curso puede que ya no tomen nada a media mañana y, sin embargo, que coman algo después de la cena, antes de acostarse". "Se trata de ir complementando lo que comen a lo largo del día para mantener una dieta equilibrada".
Para conseguir ese objetivo muchas madres optan por una solución sencilla que supere inapetencia de los niños ofreciéndoles platos únicos y completos con patatas, verduras, hortalizas y pescado o carne, presentados de modo colorista y aprovechando los alimentos de temporada. Laura Sánchez, madre de una niña de un año y de un niño de seis explica cómo su hijo disfruta de una ensalada de patatas, aguacate, tomate y sardinillas en aceite de oliva. "Es una buena forma de que coma pescado y patatas sin tener que freírlos y además también tiene tomate que es muy refrescante", asegura.
Las frutas y las verduras deben mantener su protagonismo. Los niños y jóvenes han de tomar entre dos y tres raciones de cada uno de estos grupos de alimentos. Con el calor es más habitual tomarlos en crudo y en preparaciones sencillas como zumos o sorbetes, por lo que es importante extremar su higiene para evitar microorganismos o residuos tóxicos que puedan causar problemas de salud.
Las legumbres también son para el verano
Los tradicionales potajes del otoño y del invierno quedan arrinconados en nuestra dieta veraniega y las legumbres pierden protagonismo. Sin embargo, se trata de un alimento que aporta proteínas, hidratos de carbono, hierro y vitaminas del grupo B, con alto contenido en fibra y bajo en grasas por lo que resulta insustituible y ofrece una forma sencilla de obtener la energía necesaria para pasar las largas tardes al sol.
Para que nuestros hijos puedan seguir disfrutando de todos los beneficios de las lentejas, los garbanzos o las alubias es importante encontrar modos de hacer recetas refrescantes como ensaladas o introduciéndolas en sopas frías con aderezos de hierbas y especias que mejoren la digestión.
Francisca Benítez, con una hija de trece años no tiene duda: "En cuanto llega el calor cambio el potaje de garbanzos por la ensalada de garbanzos con jamón serrano y pimientos asados. Sigue siendo un plato contundente y lleno de energía para cuando pasa la tarde en la playa o en la piscina con las amigas pero mucho más apetecible que las preparaciones en puchero".
Comer con las manos
Otra forma de preparar menús completos para el verano son los bocadillos ya que el pan ofrece los hidratos de carbono de absorción lenta necesarios y pueden rellenarse con todo tipo de ingredientes más allá del jamón y el queso. Algunas mamás como Luisa Puertas, con dos hijas de dos y de ocho años, aprovecha las salidas a la playa para llevar bocadillos de todo tipo: "No uso siempre el mismo pan, a veces llevo los tradicionales molletes con jamón, aceite y tomate y otras tortas de maíz con rodajas de berenjena asada y pechuga de pavo o pan de pita con un relleno de aún, aceitunas, tomate, maíz y mahonesa". "Las distintas variedades de panes con frutos secos, con semillas, con queso o con formas hacen que los bocadillos siempre sean diferentes", afirma.
Y para beber… agua
Sin duda, el agua es la mejor bebida para hidratarse. Así lo afirma la doctora Del Pozo que pone el acento sobre la importancia de la hidratación en los niños ya que, al igual que los mayores, son un colectivo de riesgo. "Debemos tener en cuenta que los niños son más vulnerables a la deshidratación. Si bien depende de cada niño, muchos de ellos se olvidan de que tienen que beber cuando están jugando. En ese caso hay que recordárselo y darles agua ya que la sed es un mecanismo que avisa del principio de deshidratación".
Las raciones de agua recomendadas en la infancia oscila de seis a ocho al día y si bien también se puede combatirse la deshidratación con zumos, leche o tomando frutas de temporada con alto contenido en agua como la sandía o el melón, que a su vez aportan fibra y vitaminas.
En definitiva, se trata de no perder la cabeza intentando renovarlo todo en la cocina con el cambio de estación, sino de hacer recetas sabrosas que llamen la atención de los niños y de aprovechar las oportunidades que dan productos como los helados para introducir las raciones de calcio o de fruta necesarias para su desarrollo saludable.
Gazpachos de colores: hidratación y energía
Para los niños los batidos son una forma excelente de tomar las fruta y ahora también las hortalizas gracias a los gazpachos. En cada rincón hay una receta y en cada casa una fórmula para que salga perfecto. Su versatilidad permite tomar de 'un trago' todas las vitaminas y además pueden ser de colores.
Blanco: Ajoblanco. Su ingrediente principal es la almendra en crudo. Con aceite, sal y vinagre suele acompañarse con uvas frescas o pasas pero también es excelente combinado con otras frutas como el mango o la manzana. Se recomienda no abusar del ajo para los paladares infantiles. Una vez hecha la masa, incorporar agua hasta dejar como una sopa fría.
Anaranjado: Tradicional de tomate. Con pan previamente remojado para poder triturarlo y tomate en cantidad abundante, se le añade un diente de ajo y un pimiento rojo o verde y cebolleta. Agua, aceite, vinagre y sal al gusto. Si no se pone agua en esta receta pueden hacerse variaciones como el salmorejo o la porra antequerana, dos preparaciones espesas a las que se les puede acompañar con guarnición de jamón, atún o huevo cocido
Rosa: De remolacha. La receta del gazpacho puede llenarse de intensidad añadiendo una remolacha cocida lo que le dará un toque de color espectacular y un sabor suave que sorprenderá a los más pequeños de la casa.
Verde: De melón. Un tomate, una cebolleta pequeña, un pimiento verde y melón abundante para hacer una crema suave que se aliña con aceite y sal. Se puede acompañar con jamón en dados.
Rojo: De sandía. Una opción muy ligera sin pan consiste en añadir tanta cantidad de tomate como de sandía, un pimiento, una cebolleta, un diente de ajo y aliñar al gusto con aceite, vinagre y sal. Esta receta no necesita agua gracias a la sandía.
Fuente hoymujer.com







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