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sábado, 26 de mayo de 2012

Los estados de ánimo de la madre influenyen en los hijos


La influencia que los progenitores tienen en sus hijos es determinante, pero gran parte de ella ni siquiera sabemos cómo ha tenido lugar porque se organiza a partir de los deseos que van de los padres a los hijos y viceversa. Los estados de ánimo de la madre poseen, en un primer momento, gran importancia en la constitución psíquica del hijo. Sentirse feliz y al poco tiempo triste es habitual tras el parto. Reconocerlo y poner palabras al miedo y a lo que se siente es lo mejor que se puede hacer. El padre debe apoyarla y ayudarla para que pueda elaborar un proceso psíquico intenso.

En los primeros momentos, la madre puede tener miedo a no ser capaz de hacerse cargo del bebé. Esto se debe, de un lado, a la situación de fragilidad que siente y, de otro, a que sufre una regresión psíquica que le hace identificarse con el bebé y revivir en cierta medida la relación con su madre. Atraviesa, en fin, momentos de desestructuración que debilitan sus defensas, lo que se traduce en la necesidad de conquistar una nueva posición subjetiva, lo que con frecuencia provoca un estado depresivo. Por lo general, casi todas las madres se reponen de esos miedos según comprueban que se van haciendo cargo de la situación y elaboran su historia.

El advenimiento de estos estados depresivos se acepta como un fenómeno prácticamente universal en personas sanas. Pero cuando la depresión se mantiene en el tiempo y la mujer no la reconoce, se puede crear un ambiente psicológico que altera la salud de los hijos. Esta manifestación suele estar vinculada a la idea de no poder cumplir con algunas de las tareas que impone la nueva situación. Una de ellas consiste en formar y conservar una familia, algo que puede peligrar cuando el padre o la madre están deprimidos. En ocasiones la depresión del padre, o determinados rasgos neuróticos, dejan sola a la madre y esta no puede sostener su lugar materno. Winnicott, psicoanalista inglés con mucha experiencia en tratar a niños y escuchar a madres, cuenta a este respecto el caso de una madre que acudió a su consultorio con su hijo porque estaba preocupada por la perdida de peso del niño.

Autoestima dañada

Al especialista le resultó evidente que se trataba de una mujer deprimida, y comprendió que, por el momento, la preocupación por su hijo le proporcionaba cierto alivio, ya que la sacaba de sus preocupaciones habituales. A través del contacto con el pequeño, Winnicott descubrió que su enfermedad comenzó con uno de los habituales choques entre el padre y la madre. En realidad, el marido maltrataba a su esposa y se sentía feliz mientras ella padecía un estado depresivo crónico. Cuando ayudó al niño a comprender la situación familiar, este volvió a comer. Si bien lo que Winnicott recomendó a la madre fue una psicoterapia, pues ayudarla a ella repercutiría favorablemente en su hijo, porque así él no tendría que ejercer de bálsamo para que su madre pensara en otras cosas.

La madre deprimida tiene apagado su impulso vital y esto provoca en el niño una privación afectiva que tiene efectos en su salud, como rechazar la comida. Es como si el niño protestara porque, como no recibe la alimentación afectiva que necesita, tampoco quiere nutrir su cuerpo.

Una presencia materna desvitalizada, porque la madre esté inmersa en una depresión, altera, según Winnicott y André Green, la percepción de sí mismo que comienza a organizar el bebé. La depresión es una falta de deseo de vida. Las presiones internas que la madre sufre no le dejan suficiente libido para dirigirla a su bebé y este encuentra a una madre que no está sintonizada con él. Además el niño supone que lo que sucede es por su culpa y por ello vive esa falta de vitalidad como algo propio que él ha provocado. El bebé necesita fiarse de que siempre hay alguien que le va a servir de apoyo. Si el apoyo de la madre es inestable, el niño se somete a la exigencia ambiental más que a sus propias necesidades internas. La madre que no está deprimida reconoce y da respuesta a los impulsos del niño que, de esta manera, empieza a tener un verdadero "yo". Cuando falla en dar satisfacción al gesto del niño, este empieza a crearse un falso "yo" que se constituye teniendo en cuenta lo que los otros desean.

La madre presenta el mundo de los objetos y promueve en el bebé la capacidad de relacionarse con ellos. La elaboración de la presencia/ausencia de la madre es algo importante para el niño pequeño. Todos hemos visto la sonrisa de los bebés cuando juegan al cu cu-tras tras y vuelven a encontrar el rostro que había desaparecido. Para que pueda interiorizar a la madre y separarse de ella, primero ha tenido que tenerla. Si la representación se realiza sobre el fondo de una madre que está sin estar, el sujeto no podrá desarrollar la capacidad de estar a solas en presencia del otro. Su autoestima se verá dañada.

¿Qué podemos hacer?
  • Es un error suponer que por ser madres y padres lo debemos tener todo resuelto en relación a los hijos. También es una equivocación pensar que ellos, por ser niños, si tienen las cuestiones materiales resueltas, no sufren conflictos. 
  • Hay personas que intentan acallar la expresión de afectos depresivos asegurando que carecen de importancia. No conviene tapar la boca a quien lo pasa mal. La mejor ayuda es escuchar, comprender y confiar en que conseguirá resolverlo.
  • Una psicoterapia resuelve incógnitas, despeja la depresión, evita que se haga resistente y, sobre todo, alivia el sufrimiento y libera la energía psíquica, dejando tanto al niño como a la madre más libertad para sentirse a gusto consigo mismos.

Cómo ayudar a los hijos a emigrar 


La crisis económica ha promovido que muchos de nuestros jóvenes se planteen emigrar. La generación Y, formada por los nacidos entre 1882 y 1994, es la más afectada. Sobradamente preparados, con títulos, másteres e idiomas, ven sus escasas salidas laborales como una losa que no les deja crecer, de ahí que el 22% de ellos se plantee emigrar en busca de un empleo. Nosotros, como padres, recordamos las historias de nuestros abuelos, que allá entre los años 40 y 50 emigraron a otros países para mejorar su vida. Hoy, algo de la historia se repite, y ahora son nuestros jóvenes los que se van. Si nos encontramos en esta situación es fácil que nos preguntemos cómo podemos ayudarles para hacerles más llevadero el proyecto de su marcha. Lo primero sería entender cuál es el proceso psicológico que tienen que recorrer. Hay motivos externos y manifiestos para emigrar, como la falta de trabajo, pero también existen factores inconscientes, como un acto de rebeldía frente a una sociedad que no les da salida para afirmarse y una búsqueda para encontrar una identidad más firme.

La emigración es siempre una experiencia traumática, que necesita elaborar el duelo por la pérdida que supone dejar a la familia, las relaciones personales y el ambiente cultural en el que se vive, para acceder a un lugar nuevo donde todo está por construir. La elaboración de este duelo dependerá de cómo sea la personalidad del joven y, sobre todo, de cómo haya elaborado los duelos que haya tenido que realizar internamente para hacerse independiente de las figuras paternas. La emigración necesita un trabajo psíquico que algunos logran realizar y otros no. Durante este esfuerzo a veces aparecen actitudes regresivas expresadas pidiendo a los demás de que se hagan cargo de ellos, que los defiendan y los quieran. También se dan otro tipo de defensas que intentan evitar la depresión frente al duelo. Una de ellas es la desilusión del lugar de origen, al que se ataca para que cueste menos alejarse de él, y la idealización del lugar donde se emigra, del que se supone que va a dar todo lo que el país de origen niega y por ello la adaptación será fácil. La familia, para poder hacer frente a la crisis emocional que representa separarse de un ser querido, también se repliega un poco sobre sí misma en la búsqueda de una fusión que la defienda de la pérdida.

Lucha contra la soledad

El emigrante necesita restaurar en su interior todo lo que siente como una pérdida para que pueda volver a hacer suya la nueva situación vital a la que acaba de llegar, tanto en lo que se refiere a relaciones personales como al lugar y a la cultura a la que ha emigrado. En este sentido, conviene que antes de partir pueda contar con que su espacio, al menos en el lugar de origen, está preservado. Si sale de casa de los padres, que sepa que su lugar estará allí por si quiere volver. Esto alivia la angustia de sentirse olvidado, de "morir" en la mente de los otros.

Las nuevas tecnologías ayudan a aliviar la soledad que hay que soportar al principio de cualquier emigración. Resistirla es posible si el joven ha elaborado psicológicamente su mundo interno, ya que, al no tener referentes en el sitio al que va, sufre una sensación de vacío que solo puede llenar si ha interiorizado relaciones afectivas que le hacen llevarse bien consigo mismo y con los demás. Si, además de las condiciones personales, el ambiente al que llega es acogedor, el duelo será sencillo. La situación puede complicarse si las primeras separaciones de los padres no han sido bien elaboradas y le cuesta entablar relaciones personales.

Lucía está triste y alegre a la vez. Su hijo Mario ha decidido irse a trabajar a Alemania y le viene a la cabeza la frase de una novela: "Alguien tiene que hacer algo. No tengamos tanto miedo a vivir". La dice la protagonista de una biografía que leyó hace poco y que regaló a su madre, porque su abuela era amiga de la protagonista de la novela, que, como ella, también emigró cuando era pequeña. Se trata de la novela titulada 'Mamá' (ed. Debolsillo), de Jorge Fernández. Un texto deslumbrante que la conmovió cuando comprendió lo que la generación de sus abuelos había sufrido. Relata la historia de una campesina asturiana que en la época de la posguerra envía a su hija de 15 años a la Argentina de Perón. Quiere sacarla de la miseria y le promete que pronto la seguirá su familia. Pero algo falla y nadie va, y la chica se queda atrapada en un país hostil, donde crece, se casa y decide quedarse. Cuando sus hijos y nietos le dicen que quieren irse a vivir a España, huyendo de la depresión económica del 2001, todo vuelve a empezar para ella y entonces su depresión la conduce a un tratamiento. El relato narra la vida de una pequeña aldea asturiana, de mujeres que sobrevivieron a unas condiciones vitales muy duras y de gente enfrentada al dilema vital que se plantean cuando las cosas van mal y hay que decidir entre irse o quedarse donde están. Ahora son nuestros hijos los que plantean irse, piensa Lucía, y aunque sabe que no van a sufrir miserias como en la generación de su abuela, todavía no puede evitar sentir rabia contra las condiciones que empujan a nuestros hijos a marcharse. Sabe que Mario esta preparado, confía en él y cree que es la mejor ayuda que le puede dar, pero lucha para no ponerse triste y se esconde para que no la vea llorar.

LA MIRADA PSICOLÓGICA

La generación que nos perdemos. Con frecuencia se denomina a los jóvenes españoles de 25 a 30 años como la "generación perdida". ¿Pero perdida para quién? Sería conveniente que nos planteáramos quién pierde más, si ellos o un país que expulsa por falta de oportunidades a su generación más joven. Somos nosotros los que nos vamos a perder una generación de talento, después de darle una buena formación. Lo que producirán lo aprovecharán en otro país. Ellos van a dejar su potencial en otros lugares que se beneficiarán de lo que saben y de lo que son. Estos jóvenes emigrantes se enriquecerán con nuevas experiencias y contribuirán a mejorar el país en el que vivan. Algunos volverán, pero otros se quedarán para siempre allí. Quizá la crisis económica pase en unos años, pero ¿cuánto tiempo durará el daño que sufrirá España por quedarse sin gran parte de los jóvenes más preparados de una generación?

LA NOTICIA: Los jóvenes se van
  • Con una tasa de desempleo juvenil cercana al 50% algunos jóvenes han decidido irse de nuestro país. Se trata de personas entre los 25 y los 35 años, con curriculum cualificado y sin cargas familiares. Actualmente, sus destinos son Francia y Reino Unido, donde buscan fisioterapeutas y enfermeros y Alemania que solicita ingenieros. Países como Argentina también comienzan a ser considerados como un posible destino. 1.200 españoles emigran a Buenos Aires cada mes. 
  • En 2011, por primera vez en 10 años, salieron de España más personas (507.740) de las que entraron (417.523). El número de españoles en el extranjero se ha incrementado en más de 300.000 mil personas desde el comienzo de la crisis.

"¿Por qué mi hija no me acepta?" 


La relación madre/hija pasa por muchas fases y está llena de sentimientos encontrados. Es intensa, relajada y cómplice, pero también atraviesa por enfrentamientos y rechazos en los que ambas lo pasan mal, si bien, por lo general, vence el amor que sienten.

"Mi hija y yo nos llevamos cada día peor. Siempre se mete conmigo y no hace caso a nada", le confiesa Sonia a su amiga Clara. Sonia tiene una hija de 18 años y hasta hace poco casi todo entre ellas había ido bien. Pero de un tiempo a esta parte la joven la critica continuamente, le rebate sus opiniones y le echa la culpa de casi todo lo que le pasa. "En ocasiones no la soporto. Me pone de los nervios y luego me siento mal. Hago lo que puedo por aconsejarla, pero todo lo que digo le parece una tontería. El otro día tuvimos una discusión muy fuerte y a veces no sé si decirle lo mal que me hace sentir. Va de sobrada y cree que no entiendo las cosas que pasan a su edad. Es cierto que en ocasiones se pone razonable, pero son las menos", se desahoga Sonia.

Clara, por su parte, también tiene otra hija algo mayor, de 24 años. Su experiencia le hace contestar a su hija: "Con la mía también tuve problemas, pero comenzaron antes. Desde los 14 a los 17 fue un poco difícil. Después, cuando comenzó a estudiar lo que quería y se fue afianzando, volvimos a llevarnos muy bien”. Cuando sucedió esto, Clara también pensó en hablar con su hija adolescente y explicarle todo lo que le hacía sentir su enfrentamiento, pero no lo hizo porque recordó cómo había sido ella misma en su adolescencia. Clara también se lo hizo pasar mal a su madre, pero ella, lejos de dejarse avasallar, supo esperar a que aprendiera a quererla como era y así enseñó a su hija a quererse sin que le afectaran demasiado las críticas del otro. "Ella se defendía de las mías sin hacer demasiado caso a mis impertinencias. Sabía que se me pasaría cuando estuviera más segura de mí misma. Ahora yo hago lo mismo con mi hija, me llevo bien con ella, aunque siempre le he dejado claro que la madre soy yo", concluye Clara.

Lo primero que las madres piensan por la irritación que sienten debido a la actitud de sus hijas es en hablar con ellas sobre lo mal que se lo están haciendo pasar. Mary Vaillant, psicóloga francesa, opina que, si lo hacemos, habrá que encontrar las palabras adecuadas. Pero conviene más guardar silencio. Al igual que las hijas tienen derecho a sentir ráfagas de rabia contra sus madres, las madres deberían aprender a callarse y esperar a que el tiempo las acerque. Ambas tienen un lugar distinto y si la menor compite con la madre, rivaliza con ella y la critica en algunos momentos de su vida, su progenitora no debe hacerlo. Expresar a una adolescente el rechazo que se siente hacia ella es dejarla desamparada ante unas pulsiones que, por el momento, no puede dominar. Lejos de mostrar que nos hace demasiado efecto su actitud, habría que mostrarle aquello en lo que creemos que se equivoca, aceptando también que puede querer cuestiones diferentes a las que a nosotras esperábamos.

Al igual que el padre debe enfrentar la rivalidad del hijo, la madre tiene que saber que las críticas de su hija tienen que ver con la 'caída del pedestal' en el que la había colocado en su infancia. Guardan relación también con la dificultad de la adolescente para ser diferente a ella. Necesita crear una subjetividad propia y dejar de identificarse solo con su ella. Hay un largo recorrido desde la fusión primera del bebé con su madre a los enfrentamientos característicos de la adolescencia.

Relación ideal

La demanda infantil es muy fuerte, casi insaciable, la niña solo ve en su progenitora a un ser dispuesto siempre para ella. Poco a poco descubre que esa persona tiene deseos diferentes al de cuidarla. Esto le da rabia porque se siente dependiente y le hace descubrir que ella no lo es todo. La madre, pues, "decepciona" a la niña cuando esta comprueba que tiene otras necesidades. "Decepción" que también sufrirá respecto al padre más tarde, cuando tampoco le dé todo lo que ella pretende de él. Elaborar la saludable "decepción" que la madre produce pasa por aceptar la envidia que le teníamos al verla como poseedora de lo que para la menor solo es una promesa. Ella supo seducir al padre y es propietaria de una sexualidad y una identidad adulta que la niña no conoce aún de forma consciente, pero intuye. Muchas de las dificultades en la relación provienen de una idealización que la adolescente no sabe abandonar. Mientras la niña protesta por las debilidades de su progenitora es evidente que sigue insistiendo en que debería ser como a ella le gustaría. No aceptar la imposibilidad de ese deseo la mantiene atada a ella. Una manifestación externa de esa atadura es la crítica constante.

Pero, ¿qué es lo que irrita a las madres de hoy cuando perciben la falta de aceptación por parte de sus hijas? El psquiatra George E. Vaillant señala a este respecto que estas mujeres están viendo crecer a sus hijas en un mundo de libertades por el que ellas han peleado. Quizás esperan un poco de reconocimiento por haber conseguido esa libertad de la que ahora disfrutan. Se sienten heridas cuando sus hijas adultas continúan comportándose como niñas en lugar de sacarle partido a esa libertad. Las madres esperan que sus hijas obtengan mejores resultados que ellas. Cuando esto no se produce, se sienten decepcionadas, porque quizá las han idealizado, como en la infancia ellas mismas lo hicieron con su madre.


Las palabras, continente negro

Freud denominó de este modo al vínculo arcaico e inaccesible que une a la niña con la madre y que se caracteriza por un apego intenso que tiene consecuencias para la vida psíquica de la niña.
  • Esta dependencia convive con una gran hostilidad. El sometimiento provoca una rabia que empuja a escapar de él.
  • El "continente negro" designa lo femenino y está en el origen de los reproches y de la desarmonía mutua entre una madre e hija. Pone en evidencia la existencia de una imposibilidad sobre la base de una semejanza.
  • La dependencia profunda con la que venimos al mundo hace que nuestra madre quede interiorizada como un ser todopoderoso. La niña se siente como si “fuera una con su madre”. Aprender a discriminarse, a separarse, es la aventura de la identidad femenina. En esta aventura, serán fundamentales la mirada del padre y su papel de hombre.
Las claves
  • Cuanto más fuerte sea la dependencia que sufre la niña de su madre, más suele enfrentarse a ella. La joven tiene que afianzarse en su identidad y la adulta saber que es algo pasajero.
  • Si entre tu hija y tú hay un malestar que no se puede diluir, conviene formularse algunas preguntas:
  • No tolerar la crítica de una hija tiene relación con que no aguantamos nuestras carencias. ¿Es posible que nos igualemos a la menor y rivalicemos como ella lo está haciendo con nosotras?
  • Sentir que nuestra hija nos decepciona, ¿no es sentir que nuestra feminidad es decepcionante? ¿No es haberla idealizado y pedirle más de lo que puede?
  • Vivir algunos aspectos de la personalidad de nuestra hija con mucho rechazo, ¿no es rechazar en ella lo que no toleramos en nosotras mismas?

Fuente  hoymujer.com

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