Búsqueda personalizada

miércoles, 18 de abril de 2012

Sus primeros buenos modales

3

A partir de los dos años los niños necesitan límites, sabe lo que es y no adecuado en su relación con los demás. Es una edad excelente para iniciarles en las normas de cortesía, sin ser demasiado exigentes.
Si no comenzamos desde el principio a enseñar a los niños a ser bien educados, correremos el riesgo de que no aprendan nunca.
A los dos años un niño dirá "por favor" y "gracias" sin saber muy bien por qué, simplemente para imitarnos. También pueden empezar a decir "perdón", "buenos días" y "buenas noches". Esas fórmulas usadas en casa le introducen en un saludable clima de delicadeza y respeto. Las usarán si sus padres las utilizan con él.
Podemos hacer que extienda esos buenos modales. Corresponder al saludo del vecino en el ascensor, no subirse encima de las visitas, no interrumpir constantemente las conversaciones, no chillar...
No es bueno agobiarle con reglas ("no hables con la boca llena", "quita el codo de la mesa"), porque le falta madurez para seguirlas.
No podemos exigirle que permanezca sentado mucho rato seguido.
Hay que ser indulgentes. A los dos años pueden negarse a dar un beso a la abuelita, y hay que ser comprensivos. Podemos animarles a saludar y a ser afectuosos, pero su autocontrol aún es deficiente y pueden mostrarse tímidos o cabezotas incluso con parientes o personas conocidas.
En cuestión de modales no caben las regañinas. Basta con decirle al niño lo que esperamos de él y lo que no nos gusta. El truco para que sigan avanzando poco a poco consiste en animarles, hacerles ver que nos gustan sus progresos y explicarles por qué.
¿Qué deberían hacer los padres?
Darles caricias y cariño expresado de todas las maneras posibles. Cuantas más y cuanto más, mejor. Las muestras de amor son tan necesarias como la comida, el aire o el agua.
No escatimar en elogios y alabanzas. Los necesitan como estímulo para su desarrollo y para construir su autoestima.
Explicarles el motivo de nuestras órdenes y prohibiciones, aunque no las acepten o no las entiendan. No hay que entrar en discusiones interminables.
Deberíamos:
Pedirles las cosas "por favor" y darles las gracias.
Permitir su inquietud, tan normal a esta edad, su espontaneidad, su iniciativa. Respetar su dignidad de personas, respetarles con mayúscula. Incluso comprender sus brotes de mal genio (sin que esto implique tolerar agresiones).
Acondicionar la casa para que en ella pueda vivir un niño pequeño, pueda jugar y expansionarse y no haya que estar continuamente prohibiéndole cosas.
¿Y si se portan mal?
A esta edad no proceden los castigos, y por supuesto hay que desterrarlos azotes y, en lo posible, los gritos. Estos son algunos procedimientos para cuando se "portan mal".
El rincón. Consiste en apartar al niño del lugar y explicarle que loque ha hecho no es correcto, cuando no es la primera vez y ya le hemos advertido. Se le hace permanecer un par de minutos en un rincón (que no sea oscuro ni amenazante, incluso puede estar sentado). Luego permitimos que se reconcilie.
Puede parecernos poca cosa, pero al niño le impresiona, es eficaz y a nosotros nos da una posibilidad de acción mejor que los gritos, azotes y amenazas, precisamente cuando "no sabemos qué hacer".
Retirar la atención. Imaginemos que nos muerde o nos da un buen tirón de pelo. Le decimos que eso no se hace, le damos la espalda y nos "desentendemos" de él un rato. Al poco tiempovolvemos con él. Resulta muy eficaz.

Dos minutos ignorando a tu bebé de seis meses son suficientes para estresarle

1

Son muchos, cada vez más, por suerte, los estudios que se están llevando a cabo con bebés para conocer cómo responden a diferentes estímulos de los padres.
La razón de hacerlos es que, aunque los bebés luego crecen y no recuerdan su infancia, el cerebro está creciendo de manera prácticamente exponencial, creando neuronas y neuronas, que aparecen en base a las vivencias del momento. Dicho de otro modo, el cerebro que se está creando cuando un bebé crece estará en cierto modo condicionado a las vivencias que esté teniendo ese bebé.
En esta línea, investigadores de la Universidad de Toronto, en Canadá, han demostrado que dos minutos sin hacer caso a un bebé de seis meses son suficientes para hacer que se estrese y que, con sólo entrar en el mismo sitio al día siguiente, los bebés ya aumentan sus niveles de estrés, mostrando que saben que pueden ser ignorados de nuevo.
Es curioso, porque a los seis meses la mayoría de los bebés aún no son capaces de mantenerse sentados y muchos empiezan entonces a comer algo que no sea leche. Tan precoces, tan pequeños, y ya se estresan si no reciben la atención de sus padres.
Cómo hicieron el estudio
Para hacer el estudio, los investigadores invitaron a su laboratorio a 31 madres con sus respectivos bebés de 6 meses de edad y los dividieron en dos grupos. Los bebés fueron sentados en sillitas de coche y se instó a las madres a que hablaran y jugaran con ellos.
En uno de los grupos se dijo a las madres que entre los juegos intercalaran periodos de dos minutos de duración en los que tenían que mirar por encima de la cabeza del bebé sin hacer mueca ni expresión alguna. Las madres del otro grupo no tenían que hacer nada especial, simplemente seguir hablando y jugando con sus hijos.
Los investigadores cogieron muestras de saliva al inicio de la sesión, a los 20 y a los 30 minutos, y observaron que los niveles de la hormona del estrés, el cortisol, se disparaban cuando los bebés eran ignorados por sus madres. Al día siguiente, al volver al laboratorio, los niveles de cortisol volvían a subir incluso antes de que las madres les ignoraran.
El grupo de los bebés que no fueron ignorados no modificaron sus niveles de cortisol ni en el primero ni en el segundo día que fueron al laboratorio.
Cuáles fueron las conclusiones
Estos resultados, y sobretodo el observar que el segundo día ya se estresaban simplemente pensando que de nuevo sus madres les iban a ignorar, hicieron pensar a los expertos en desarrollo infantil que los episodios repetidos de estrés podrían afectar más de lo imaginado tanto en la salud en la infancia como en la vida que llevarán los bebés en el futuro, cuando ya sean adultos.
David Haley, investigador principal del estudio, dijo lo siguiente al respecto:
Los resultados sugieren que los bebés humanos tienen la capacidad de producir una respuesta de estrés de manera anticipada, basada en las expectativas creadas en base al trato de los padres en un contexto específico.
Cosas que decir acerca del estudio
Dos minutos es muy poco tiempo, tan poco que todos podemos recordar sin mucho esfuerzo periodos de dos minutos en los que nuestros hijos han estado sin el aliento y apoyo de sus padres, es decir, llorando.
Ahora bien, una cosa es que tu madre se plante delante tuyo y se ponga a mirar por encima de tu cabeza como si no existieras, con cara de póker, y otra es que tu madre esté haciendo algo en ese momento y no pueda atenderte. A mí personalmente me estresaría mucho más la primera que la segunda, así que quizás a los bebés les pase lo mismo (“una cosa es que no puedas, otra muy diferente que me ignores”).
Al leer el estudio no he podido evitar acordarme de los métodos para enseñar a dormir a los niños por la noche, que se basan en ignorar al bebé durante unos minutos (muchas veces más de dos) hasta que aprenden a dormir solos o, mejor dicho, hasta que aprenden que no hace falta llamar a los padres porque no van a conseguir la respuesta que creen que merecen. Me he acordado de ello porque si los bebés del estudio aumentaron de manera significativa los niveles de estrés, los bebés que lloran por la noche, durante varias noches, probablemente se estresen también muchísimo, aunque esto no se explique (ni se explicará jamás) en los libros que lo explican.
Personalmente agradezco que se hagan estos estudios porque dan valor a todas esas horas que muchos padres hemos pasado acunando a nuestros hijos, a los dolores de espalda por llevarles en brazos, a las horas invertidas en calmar sus lágrimas y sus sufrimientos y a todas las horas de sueño que se han quedado por el camino, que no son pocas.

Los beneficios del deporte

4

Entre los 3 y los 6 años los niños pueden tener su primer contacto con el deporte. Ojo: aún son muy pequeños para aprender reglas complejas o competir. En el predeporte lo importante no es ganar, sino aprender y divertirse en grupo con actividades que implican movimiento. Ballet, fútbol, artes marciales…
Los beneficios del predeporte
El predeporte o deporte para los niños más pequeños les ayuda a desarrollar la motricidad, la coordinación, el control de las posturas y el equilibrio. Además, les da unos patrones básicos que les servirán en la práctica de cualquier deporte cuando sean mayores.
Los juegos predeportivos mejoran la percepción, el sentido del equilibrio y el ritmo de los niños mediante ejercicios como saltar, girar, desplazarse (hacia delante o hacia atrás, a gatas, en cuclillas, a la pata coja, sobre colchonetas y bancos); trepar (por ejemplo, en las espalderas); llevar objetos, como pelotas o aros, con una mano, entre dos compañeros, con los ojos cerrados, etc. Suelen acompañarse al final de cada sesión de pequeños ejercicios de relajación.
El deporte, una escuela de habilidades sociales
Estas actividades son muy importantes para el aprendizaje de las habilidades sociales, ya que fomentan la relación del niño con sus compañeros, les permiten experimentar la integración en un grupo, y les enseñan unas reglas de juego que todos deben aceptar.
Además, los monitores de la escuela infantil se encargan de que cambien constantemente de rol dentro del mismo juego, por ejemplo, para que todos los niños se relacionen entre sí y desempeñen todas las funciones posibles (perseguidor y perseguido, portero y goleador...).

¿Por qué existen los hijos favoritos?

4

Cuando hablábamos de los hijos favoritos, ya apuntábamos algunas razones por las que se prefiere a un hijo respecto a otro u otros, y hoy queremos profundizar en esta compleja cuestión. Y es que el hecho de preferir a uno de los hijos puede ser explicado desde distintos puntos de vista.
Y sí, ya sé que muchos diréis que no queréis más a un hijo que a otro (yo también lo digo), pero desde el punto de vista biológico, psicológico y cultural no es tan extraño explicar este fenómeno de inclinaciones o preferencias, que parece más común de lo que podríamos pensar. Otra cosa es que se pueda generalizar.
No obstante, hay quien lo hace, y el autor de un famoso artículo publicado en la revista “Time” hace unos meses y titulado “Why Mom Liked You Best” (“Por qué a mamá le gustas más tú”), Jeffrey Kluger, también escritor del libro “El efecto de los hermanos”, señala que “El 95% de los padres tiene un hijo preferido y el 5% restante, miente”.
El reportaje tiene el subtítulo de “La ciencia del favoritismo” y entre paréntesis en la misma portada se señala que “Por supuesto, ella jamás lo admitiría”.
Para llegar a esta afirmación el periodista se basa en investigaciones que analizaron la dinámica familiar. Entre ellos, el trabajo de Catherine Conger, de la Universidad de California (Estados Unidos), quien tras visitar a unas 400 familias para conocer sus interacciones, concluyó que “el 65% de las madres y el 70% de los padres exhiben preferencia por uno de los hijos, usualmente el mayor”.
Pero vamos a adentrarnos en este apasionante mundo de las preferencias entre hermanos, no sin antes señalar que muchos autores insisten en que es más correcto hablar de afinidades, de cercanía, de inclinaciones hacia uno u otro hijo.
Factores psicológicos
El inconsciente tiene mucho que decir en nuestros favoritismos con los hijos (y con cualquiera). En este sentido, existen varios patrones distintos a la hora de inclinarnos por alguna persona, como adelantábamos en el post anterior sobre los hijos favoritos.
Dependerá de muchos factores que en unas familias se den unos u otros patrones, e incluso las preferencias pueden cambiar a lo largo del tiempo patrones distintos explicar los favoritos de dos progenitores de una misma familia. Algunos comportamientos que se repiten son:
Se “reparten” los hijos y el varón es el preferido de mamá mientras que las niñas son las favoritas de papá. Si los niños son más de las mamás y las niñas de los papás podría ser debido a que inconscientemente buscamos una versión “moldeable” de nuestra pareja. Uno no está satisfecho por completo con su pareja y encuentra un “modelo mejorado” del mismo en sus hijos. No obstante, en este caso también podría darse un mayor grado de exigencia con el hijo (cuando crecen) que podría hacer variar los favoritismos al producirse un posible rechazo de los hijos. De cualquier forma, que esta explicación no sería válida en el caso de dos hijos (o dos padres) del mismo sexo.
También puede darse el caso de vernos proyectados en alguno de nuestros hijos, el que se parece más a nosotros y en el que vemos una posible “versión mejorada” de nosotros mismos. Se trata de una especie de cercanía emocional que nos hace preferir a ese hijo. Si el otro hijo se parece más al otro progenitor, puede que veamos en él sus carencias, proyectemos los enfados, las tensiones, le restemos atenciones…
Además podríamos proyectar en el hijo favorito, no a nosotros o a nuestra pareja, sino a alguien que ya no está, a algún familiar ya fallecido (tíos o abuelos…) y que el progenitor quería mucho.
Pero también es posible que inconscientemente nos sintamos más preocupados por el hijo menos parecido a nosotros, porque buscamos entenderlo más, queremos gustarles más…
Hay hijos que llegan en un momento vital determinado para “llenar un vacío” (un familiar fallecido…), porque son los primeros en llegar o por el contrario costó mucho que llegar…
Frecuentemente es el hijo mayor el favorito porque es el hijo al que dedicas más dinero, recursos, atenciones… Entonces, cuando llega el segundo hijo, el primero sirve como un ejemplo de cómo son las cosas.
No obstante, el menor también tiene posibilidades de ser favorito, por una especie de compasión, para intentar equilibrar y porque el pequeño es el que más necesita a los padres (sobre todo a las madres y si los otros hijos son ya mayores) en ese momento.
Factores biológicos
Junto al inconsciente, la biología juega un papel importante en las relaciones paternofiliales. Estamos lejos de determinados comportamientos del reino animal que mata a las crías más débiles o enfermas. Pero tal vez la huella genética nos vuelca hacia los hijos que vemos más fuertes y capaces.
Se trataría de una estrategia que llevamos impresa en nuestros genes para sobrevivir. Cuando nuestros antepasados no podían mantener a todos sus descendientes, intinstivamente establecían una escala de preferencias, privilegiando al que creían que tenía más probabilidades de salir adelante (los varones por perpetuar la descendencia, pero también los más hábiles, fuertes, inteligentes…).
Según Kluger, el periodista especializado en temas de salud en “Time”, del que hemos hablado en la introducción, los seres humanos están biológicamente programados para preferir un hijo sobre otro. Para él, “El acto narcisista de reproducirnos impulsa a los padres en favor del hijo mayor, el más saludable, el que tendrá más éxito reproductivo”.
No obstante, pienso que en este punto y en el caso de las personas tal vez podría darse el caso contrario, que nos inclinemos por el hijo más débil, el más vulnerable, el que consideremos que necesita más protección. Así lo asegura por ejemplo la psicoanalista norteamericana Ellen Libby, autora del libro “El hijo favorito”:
Que un padre prefiera a un hijo es algo natural. Algunos eligen al más atlético o al que le va mejor en la escuela porque los hace sentir exitosos como padres. En cambio, otros eligen al menos virtuoso porque requiere más atención.
Factores culturales: los chicos, favoritos
¿En el caso de los seres humanos, los varones tienen ventaja? Tradicionalmente se ha preferido la descendencia masculina que perpetuara el apellido familiar. Muchas veces las hijas eran más una carga y al final acabarían en otras familias si aportar nada a la propia (y por desgracia esto no es ajeno a la actualidad en muchas culturas).
Hace unas décadas, sin ir muy lejos, en muchas familias se prefería dar oportunidades de estudio a los hijos antes que a las hijas. En la actualidad en familias con pocos recursos también puede darse este hecho.
Los factores culturales también están muy relacionados con los biológicos. Por ejemplo, tradicionalmente en las zonas rurales de China se mataba a la primera hija si era mujer porque estas no podían ayudar en el campo y todo el trabajo recaería sobre el padre. Después de que hubiera algún hijo varón ya se “aceptaban” las niñas.
En definitiva, se trata de factores de naturaleza muy distinta los que explicarían que se prefiera a un hijo respecto a otros.
Los motivos son muy variados y complejos, pero el caso es que no es raro ni “antinatural” que se prefiera a uno de los hijos, aunque sería mejor hablar de “afinidad” o cercanía, incluso de “simpatía”. Siempre que exista un afecto por todos, no se le reste atenciones y se les valore en su justa medida, este hecho no tiene por qué afectarnos a nosotros o a ellos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario