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jueves, 3 de noviembre de 2011

El Parto y el primer baño del bebé - Parte 2

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El papel del baño de agua tibia consiste en crear una etapa confortable, tranquilizadora, agradable (puesto que recuerda el líquido amniótico del útero materno), en el curso de ese terrible y angustioso viaje que en pocos minutos conduce al niño, del cálido y dulce refugio del vientre materno, al ruido, la frialdad y la brutalidad del mundo de los humanos.
En su baño, el bebé se relaja, descubre que puede extender con facilidad los miembros, empieza a abrir los ojos... A menudo, he hecho la prueba de hablarle en voz baja y suave; no hay nada tan sorprendente como ver a un bebé de pocos minutos volver la cabeza hacia esa voz y mirar con sus grandes ojos abiertos a aquel que le habla con dulzura.
El respaldo de la cama de obstetricia habrá sido levantado para que la madre, semisentada, pueda ver a su bebé a pocos centímetros de ella. Extendiendo la mano, puede acariciarlo y tender el dedo a su hijo, quien se aferra de inmediato con su puñito cerrado. También el padre se encuentra allí, con el rostro pegado al de su esposa, a fin de ver mejor los primeros retozos de su hijo.
Aunque sólo fuera por eso, por esa comunicación extraordinaria escasos minutos después del nacimiento, Leboyer tenía sobrada razón para escribir su libro. Los padres que han vivido esos instantes inolvidables han declarado, unánimemente, que ese clima psicológico les parecía maravilloso. Las madres que en ocasiones anteriores han dado a luz según los métodos tradicionales conceden, casi sin excepción, su preferencia al método Leboyer.
Aun en el caso de que, en el curso de un parto con el método Leboyer, el niño no deje de gritar, tal como ocurre en el parto tradicional —lo que no resulta excepcional en absoluto—, estoy convencido de que el hecho de que no se haga desaparecer de inmediato al recién nacido entre bastidores, sino que se le deje vivir sus primeros minutos bajo la enternecida mirada de sus padres, marca profundamente a las parejas.
Al cabo de unos diez minutos, habrá que decidirse a arrancar al niño de su baño y a privarnos de su contemplación. Esto me ha resultado siempre difícil, y de buena gana me quedaría durante horas jugando con el niño en su bañera... Sin embargo, es preciso decidirse a sacarlo de ella a fin de confiarlo a la puericultora, quien le hará sufrir lo que yo denomino su «visita» de incorporación.
El arrancar al niño de ese paraíso líquido ocasiona de inmediato gritos desgarradores. Pero es necesario comprender que el paso brutal del interior del útero al mundo exterior se ha realizado así en varias etapas. El choque ha podido ser atenuado, y el niño se habituará progresivamente a su nueva vida. El baño representa un alto bien merecido en el transcurso de ese duro viaje de un universo a otro...

 

El Parto y el primer baño del bebé - Parte 1

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En ese clima de tranquila serenidad, la madre podrá practicar el método del parto sin dolor en las mejores condiciones posibles, y no como ocurre en las salas de observación tradicionales, ruidosas y a menudo angustiosas.
Cuando el niño llega, el partero le ayudará a franquear con gran dulzura el último obstáculo, es decir el anillo vulvar. Una vez liberado el niño, el médico lo deposita sobre el vientre de la madre, donde suele lanzar uno o dos gritos al cabo de medio inmuto, aproximadamente. El hecho de que el cordón no sea corlado de inmediato, como ocurre en el parto tradicional, permite al niño pasar sin transición brusca de la no respiración (en el vientre de la madre) a la respiración aérea por medio de los pulmones y, por Otra parte, asegura un aporte permanente de sangre y de oxígeno a su cerebro.
Durante su permanencia sobre el vientre de la madre, se evitará que el niño se enfríe cubriéndolo con un tejido tibio, aunque, por supuesto, también le llega el calor de aquélla.
El cordón no se corta hasta varios minutos después del nacimiento, una vez que el niño se ha habituado a la respiración aérea.
Sobre el vientre de su madre, cada niño tiene un comportamiento diferente, que varía según su personalidad. De modo general, el niño cesa inmediatamente de gritar o de llorar, limitándose a lanzar pequeños gruñidos de vez en cuando, comienza a mover sus miembros y, a menudo, abre los ojos.
Depositado boca abajo, puede ponérsele en contacto con el seno materno; con frecuencia, el niño comienza entonces a mamar. Es interesante destacar que esta succión del pezón puede desencadenar en la madre una secreción hormonal que favorece la contracción del útero y el desprendimiento de la placenta.
Al cabo de unos minutos, el partero coge delicadamente al niño para darle el baño. En su libro, Leboyer aconsejaba que fuera el padre quien diera el baño a su hijo, pero después ha cambiado de opinión; en efecto, el padre, en general demasiado emocionado, demuestra una gran torpeza, torpeza que el niño percibe de inmediato, restándole confianza.
Es pues preferible que ese famoso baño, objeto de tantas burlas, sea dado por el propio tocólogo.
El instante en que, bajo los ojos maravillados (y con frecuencia bañados en lágrimas de emoción) de sus padres, el niño se relaja, testimonia su confianza y abre los ojos a su nuevo mundo constituye sin duda alguna el gran momento del método Leboyer.

 

El Parto en la actualidad

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Los parteros «tradicionales» han criticado el baño diciendo que no servía para nada introducir al recién nacido en agua tibia, diez minutos o diez horas, puesto que, de todos modos, tarde o temprano tendría que abandonar ese medio líquido. Más adelante veremos que, una vez más, se cae en el error de confundir medio y objetivo: el baño no constituye un fin en sí mismo, sino un medio. Si hay que operar a un paciente, se le anestesiará. La anestesia no constituye un fin en sí mismo, sino el medio de evitar al paciente los dolores posoperatorios. Pero, gracias a la anestesia, el paso de «todavía no operado» a «ya operado» se realizará con el mínimo de sufrimiento posible. Más adelante explicaré que viene a ser este papel el que desempeña el baño en el método Leboyer.
Bien es verdad que el niño acabará por ser arrancado del clima de ternura que lo acoge durante los primeros minutos de su vida, para ser confrontado con la desagradable realidad de lo que he denominado su «visita de incorporación». Esta constatación plantea dos problemas: ¿es posible atenuar la transición a la realidad brutal de la vida del recién nacido?; ¿es deseable atenuar el rigor de dicha i ransición?
Sin duda alguna, será posible modificar el comportamiento del equipo médico (enfermera, puericultora, comadrona, pediatra) líente al recién nacido en las horas y días siguientes a su venida al mundo. Pero será preciso cambiar, no sólo las costumbres, los ges-los automáticos, sino en especial las mentalidades, el estado de animo, el modo de considerar al recién nacido en tanto que ser viviente en todos los aspectos, las relaciones entre los adultos y el recién nacido...'
Todo esto no se llevará a cabo en un solo día, y deberá además enfrentarse a tantas reticencias como conoció el PSD en,el curso de los últimos diez años y el método Leboyer en la actualidad. Desgraciadamente, cualquier cambio de actitud mental se enfrenta, en la mayoría de los médicos, a un muro de oposición e inmovilismo.
Por otra parte, resulta verosímil pensar que las jóvenes generaciones médicas se mostrarán más abiertas ante las nuevas actitudes mentales que sus mayores; al menos cabe esperarlo así. En cualquier caso, pienso que no hay que pretender cambiarlo todo de un brochazo, y que es preciso dirigir nuestros esfuerzos hacia el logro de un nuevo clima psicoafectivo en el mismo momento del nacimiento. Este nuevo estado de ánimo comienza a ser comprendido por un cierto número de tocólogos, número que sin duda irá aumentando progresivamente, aunque sólo sea bajo la presión de la opinión pública. La siguiente etapa consistirá en convencer a los pediatras para que adopten una actitud nueva respecto a los lactantes.
Muchos médicos y psicólogos tradicionales han interpretado mal el resultado de ciertas experiencias. En efecto, se ha demostrado que el estrés o las agresiones podían ocasionar cierta superioridad en el desarrollo psíquico de un grupo de ratas, en relación con un grupo criado en un entorno tranquilo y protegido. Sin embargo, no hay que olvidar que un resultado idéntico o incluso mejor puede ser obtenido mediante estimulaciones sensoriales no traumáticas.
Confundir estrés con estimulación constituye una aberración mental. Si bien en la actualidad está indiscutiblemente probado que las estimulaciones intelectuales y sensoriales en el curso de las primeras semanas y los primeros meses de vida son indispensables para un mejor desarrollo, resulta evidente que esas estimulaciones pueden ser de muy diversos tipos; vale más una estimulación violenta que ninguna estimulación en absoluto, pero me parece obvio que una estimulación inteligente y no traumática será siempre superior a otra brutal y agresiva.
Ante un televisor que se apaga bruscamente, existen tres actitudes posibles: no hacer nada, darle un buen puñetazo o llevarlo al taller de reparaciones. La primera solución no resolverá nada; la segunda puede resultar más eficaz que la primera, pero es sin duda la tercera solución, la solución del razonamiento y la inteligencia, la que me parece más lógica.
Ello no ha impedido al célebre profesor V... declarar con soberbia ante doscientas personas, con ocasión del Congreso Ginecológico de Lyon, en 1976, que: «... la intensa luz del dispositivo de alumbrado sin sombra en los ojos del niño que acaba de nacer es muy beneficiosa para el desarrollo de su visión, puesto que hoy día sabemos que la estimulación sensorial es necesaria para el desarrollo del órgano sensorial en sí mismo».
Esta pasmosa frase, destinada a echar por tierra mi alegato en defensa del nacimiento sin violencia, desencadenó los aplausos de todos los asistentes... Una muestra de hasta dónde puede llegar la estupidez cuando viene guiada por el conservadurismo, los prejuicios, la ignorancia o la admiración beatífica y pasiva de los ídolos sagrados...

 

El Parto Sin dolor

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Los métodos del PSD preparan a la parturienta hasta la salida del niño. En ese momento, el partero, que ha cortado inmediatamente el cordón umbilical, confía el niño a la puericultora, quien se lo lleva lejos de la vista de su madre para aplicarle los cuidados habituales. Esa separación tan rápida, pocos minutos después del nacimiento, constituye una auténtica desesperación para muchas madres, que se ven así privadas de sus hijos apenas venidos éstos al mundo...
Por el contrario, en el método Leboyer, apenas salido de las vías genitales el niño es depositado sobre el vientre de su madre, que puede sentirlo, verlo, tocarlo. Esos primeros instantes son especialmente emotivos, y el contacto físico inmediato con el bebé crea en la madre un sentimiento de intensa felicidad que en pocos segundos le hace olvidar las molestias sufridas.
Por su parte, el padre, que asiste al nacimiento, participa también plenamente de ese momento único y maravilloso. Las numerosas parejas que he visto llorar de alegría en los primeros minutos de vida de su hijo testimonian la intensidad emocional única que invade esos instantes excepcionales.
Momentos después, el niño es depositado en la bañera para darle un baño de agua a 37 grados centígrados. Ciertamente, entonces es arrebatado a su madre, pero el contacto físico ya ha tenido lugar; además, permanece a la vista de sus padres, a pocos centímetros de ellos.
Se desarrolla entonces un nuevo espectáculo extraordinario; el niño, al volver a hallarse en el elemento líquido y tibio que le ha sido familiar durante nueve meses, se relaja, y se calma si estaba llorando. De todo su cuerpo se desprende un sentimiento de bienestar innegable, de confianza, de tranquilidad.
Es frecuente que abra los ojos y, si bien es cierto que no «ve» en el sentido estricto del término, resulta siempre maravilloso el espectáculo de ese bebé de pocos minutos que fija sus grandes ojos muy abiertos en nosotros.
En su libro, Leboyer preconizaba que fuera el propio padre quien bañara a su hijo. Sin embargo, en la actualidad coincide conmigo en pensar que a veces es mejor que sea el tocólogo quien lo bañe. En efecto, el padre suele estar demasiado emocionado y siempre se desenvuelve con torpeza, torpeza que, por curioso que resulte, es innegable que el niño percibe, perdiendo de resultas su confianza y echándose a llorar de miedo.
Sin contar con que ciertos padres, temblorosos y paralizados por la emoción, dan algún tra-guito de agua a su hijo, pues un bebé recién nacido es algo muy resbaladizo y difícil de manipular.
Por el contrario, el tocólogo se habitúa con rapidez, pudiendo encargarse mejor de esa tarea con el máximo cuidado y eficacia. Sin contar con que ese contacto con el recién nacido proporciona al médico nuevas alegrías que, en la rutina cotidiana de su profesión, casi había olvidado. Ese «reciclaje» de humanización me parece importante para el partero, quien tenía demasiada tendencia a considerar al niño como un juguete pasivo que se apresuraba a depositar en manos de la puericultora.

 

Parto - descenso y salida del niño

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Este período está dominado, física y psicológicamente, por la noción de sinergia con la madre.
Para el feto, este estado conlleva un sentimiento extremadamente poderoso de lucha por la vida, con una impresión mecánica de aplastamiento y un alto grado de ahogo (en el curso de las contracciones uterinas de! final de la fase de dilatación, el aporte de oxígeno por la sangre del cordón umbilical se ve a veces disminuido, lo que puede traducirse en alteraciones de los latidos cardiacos).
Pero, puesto que el útero se halla ahora abierto y el niño descendiendo por las vías genitales maternas, aparece al menos un sentimiento de posible terminación de este estado dramático.
Los esfuerzos expulsivos de la madre coinciden con el interés vital del niño: ambos desean acabar lo antes posible con esa dramática situación.
La intensidad de los dolores soportados por el niño alcanza un grado superior al de la etapa precedente. Sin embargo, las descripciones son similares (aplastamiento, intensos dolores de diversos tipos, trastornos cardiacos, etc.).
Este período viene dominado, física y psicológicamente, por la noción de separación de la madre.
La exacerbación progresiva del dolor y de la angustia desemboca bruscamente en una súbita sedación y en el reposo. El niño realiza su primera respiración aérea, y comienza su experiencia como individuo distinto.
La nueva situación es incomparablemente mejor que los estadios precedentes; sin embargo, resulta menos agradable que la etapa inicial. En efecto, las necesidades del niño ya no son satisfechas de manera inmediata (el cordón umbilical ha sido cortado); ya no se halla protegido de las agresiones externas: variaciones de temperatura con sensación de frío, agresiones múltiples por ruidos diversos, luces de intensidad variable y situaciones táctiles desagradables.
Son frecuentes las referencias de los sujetos a los olores de la sala de partos o del anestésico eventualmente utilizado, a los ruidos de los instrumentos quirúrgicos, a la intensa luz que alumbra la cama de obstetricia y a ciertos aspectos determinados de nacimientos «anormales» (presentación de nalgas, cordón enrollado alrededor del cuello, utilización de fórceps, maniobras de reanimación neonatal, etc.).
A nivel psicológico, este estadio señala el fin del combate entre la vida y la muerte. La atmósfera general es la de una liberación con expansión del espacio, y la sensación de haber escapado a un peligro mortal.

Fuente embarazoen.blogspot.com

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