Hay algunos niños que tienen poca ocasión de saborear el éxito, esa sensación que nos invade al terminar una tarea bien hecha. Y allí donde consiguen algo, a menudo no experimentan una auténtica satisfacción, sea porque el éxito haya sido demasiado fácil de alcanzar, sea porque nosotros, los padres, les quitamos demasiadas piedras del camino.
¿Cómo viven actualmente ciertos niños? No les faltan juguetes, ni dulces, ni entretenimientos, ni amor, ni dedicación.
Lo tienen todo incluso antes de pedirlo. Comparado con los niños de antes, viven en una especie de Jaula, donde los cochecitos y las muñecas se apilan en los estantes, los armarios están llenos de ropa y en la cocina nunca faltan galletitas. ¿Por qué, entonces, se muestran tantas veces insatisfechos, caprichosos, ariscos? Porque les ocurre lo mismo que a Adán y Eva en el paraíso: se aburren.
Claro que esto no quiere decir que serían más felices sin juguetes, comida y amor. Pero también es verdad que no produce la misma satisfacción comerse una tableta de chocolate comprada en el kiosco, que fabricarse uno mismo caramelos, con azúcar, cacao y manteca derretida. Y los niños que se construyen ellos solos un carro de madera juegan más contentos y se sienten más importantes que aquellos que telediri-gen un sofisticado coche.
Porque ellos necesitan esforzarse en la medida necesaria, utilizar al máximo su potencial de actividad para ser felices.
Para que el niño se sienta importante
Desgraciadamente, no se puede decir que nuestras escuelas normales hayan acogido estas ideas con mucho entusiasmo. Sin embargo, aun así un buen profesor sabe que sólo un alumno que conoce el éxito es un alumno contento (y por tanto, motivado), y que hay que tomar medidas si alguna vez este éxito no se presenta por la vía habitual de las notas.
Así, le ofrecerá al pequeño alumno otras oportunidades para sentirse importante; por ejemplo, encargándole el cuidado de las plantas del aula; o si el niño es mayor, la organización de una excursión.
La experiencia del éxito no existe en el vacío; antes de saborearla hay que realizar una actividad. El que alguna vez haya probado «no hacer nada», se habrá dado cuenta rápidamente de que el paraíso terrenal, donde el hombre aún no tenía la obligación de trabajar con el sudor de su frente, debe haber sido, en realidad, un lugar tremendamente aburrido y la expulsión más bien un acto de piedad divina.
Los adultos obtenemos la mayor parte de nuestras vivencias de éxito a través del trabajo. Los que carecen de él no sólo sufren la falta de un sueldo, sino también la falta de oportunidades de éxito. Por la misma razón, un jubilado, para sobrevivir a su jubilación, necesita tener un hobby. No estar ocupado en algo» sino realizar una actividad —útil o creativa— que le proporcione una satisfacción parecida a las vivencias de éxito en su época activa.
Nacemos con un instinto de acción
Existe una teoría según la cual el hombre nace con un instinto de acción tan fuerte como el instinto de la supervivencia. En tiempos prehistóricos, este impulso de actuar era necesario para que el cazador pudiera dedicarse con las suficientes ganas a la tarea de cazar, vital para sobrevivir. Y como tenía que cazar todos los días a pesar de las fatigas físicas o las inclemencias del tiempo, se creó en él un potencial de acción que se renueva constantemente, como un almacén que no se vacía nunca porque siempre se vuelve a abastecer.
Hoy en día, la necesidad de este instinto parece menos evidente, pero aún persiste. Cualquier madre lo puede observar en su bebé: el recién nacido no sólo posee el impulso innato de alimentarse, sino que también dispone del necesario potencial de acción para que no se le acabe la energía que necesita para chupar. Si se alimenta al bebé con biberón y la tetina tiene un agujero demasiado grande, de manera que traga muy deprisa, ocurre a menudo que el niño siga llorando, aunque su hambre esté satisfecho.
También en el reino animal existen ejemplos de insuficiente consumo de esta energía innata. Ahí está, por ejemplo, el lobo que, un cautiverio, anda continuamente de un lado para otro en su jaula. Está hecho para correr y dispone de la fuerza necesaria para perseguir a su víctima incluso días enteros. No es bastante darle de comer, también necesita su diaria ración de desgaste de energía. Lo mismo les pasa a los caballos: si están muchos días inactivos en el establo se vuelven caprichosos y agresivos... igual que los niños cuando no tienen una ocupación satisfactoria.
Relación padre-adolescente
El cambio de mentalidad del padre que descubre una nueva posición con respecto a sus hijos es desparejo a lo largo del país. En algunas ciudades, los padres ya viven la crianza de sus chicos en un sentido más integral, mientras que en otras todavía cuesta más que el hombre, la mujer, los tíos y los abuelos acepten que el varón puede ocuparse del bebé de la misma forma que la mujer.
Esto tiene que ver con la información, que tiene una distribución similar a la de la riqueza: cada vez son menos los que acceden a las novedades, cada vez son más los que mantienen costumbres de otras épocas que podrían cambiarse por otras que generan mejores resultados. Otro tema que va tomando cada vez más peso en la sociedad es la ausencia del padre. El número de madres solteras es cada vez más alto.
También resulta preocupante que la educación pública no se proponga brindar información acerca de la importancia de la maternidad y la paternidad, del cuidado de la anticoncepción y la prevención de enfermedades de transmisión sexual. Sería bueno que se le diera más importancia al tema, para que los chicos pudieran ir pensando en su futuro rol familiar desde jóvenes.
Habría que hablarles de la crianza, de las distintas etapas del desarrollo de los niños, de los buenos hábitos y de muchas cuestiones que puedan darles una formación complementaria a la que reciben en sus casas con respecto a la paternidad. Y, para los chicos que no van a la escuela, las radios y los programas masivos de televisión podrían incluir mensajes educativos.
El chico que se cría sin padre va formándose con diferencias con respecto al que tiene padre y madre. Esta situación que no es ideal genera algunas consecuencias. La mayoría de estos nenes tiene más problemas en la escuela por su rendimiento y por su conducta. Incluso el índice de delincuencia en chicos mayores de 18 años aumenta en el grupo de los que se criaron sin padre.
El padre siempre fue el encargado de mostrarle el mundo a sus hijos, por ser quien tradicionalmente trabajó fuera de la casa. Y también es el que "trae el mundo a casa". Una de sus funciones emblemáticas es la de establecer las normas. Hoy en día la madre se maneja con criterio propio y no amenaza al hijo con lo que va a pasarle cuando llegue el papá; de todos modos en la mayoría de los casos encarna la ley dentro del hogar. Por eso su ausencia se hace sentir.
Siempre es tiempo de mejorar o establecer un vínculo, si los primeros años de vida de los chicos el padre no estuvo presente o bien no llegó a involucrarse del todo en su crianza, puede recuperar su lugar en la vida de sus hijos. Todas las relaciones se cultivan y se van armando de acuerdo a las personalidades. En algunas hace falta tener más paciencia y otras son más espontáneas, pero siempre se pueden empezar a construir.
Fuente los-hijos.blogspot.com




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