’The Family Watch’ señaló que en el estudio ’Análisis de los determinantes psicosociales que intervienen en la aparición del botellón’ donde se entrevistaron a 4.000 adolescentes y a 2.000 universitarios, el 69 por ciento y el 83 por ciento, respectivamente, declaró que practican "regularmente" el ’botellón’. Además, el trabajo indica que como media los adolescentes suelen iniciarse en el consumo de alcohol a los 13,4 años, y la ingesta dobla las cantidades que se consideran de riesgo (60 gramos en chicos y 40 gramos en chicas).
Así, la organización destaca que "sólo" el 6,6 por ciento de los padres afirman que el consumo de alcohol se encuentra entre las actividades habituales que realiza su hijo los fines de semana, lo que significa que "muchos" no son conscientes de que sus hijos consumen alcohol de forma habitual".
Además, según la última Encuesta Estatal sobre el Uso de Drogas en Estudiantes de Enseñanzas Secundarias (ESTUDES), el 81,2 por ciento de los jóvenes de 14 a 18 años declaran que consumen alcohol con alguna frecuencia, el 58,5 por ciento que lo ha consumido en el último mes y el 49,6 por ciento de ellos que se ha emborrachado al hacerlo, apunta la organización.
Su primera copa
La bebida desinhibe y da valor para hacer lo que no se haría sin sus efectos; sirve para verse distinto a cómo se es: más lanzado, locuaz, menos tímido. Se usa también para provocar un sentimiento de pertenencia a una generación con un mundo propio.
El adolescente se enfrenta a un proceso de cambio en el que se desprende de caracteres infantiles para construir una identidad adulta. La ansiedad, la incomodidad física y psíquica, y la incertidumbre sobre el futuro desaparecen o se atenúan con el alcohol. La sexualidad presiona al adolescente desde dentro y desde fuera. Las angustias y conflictos para acercarse al otro se sortean mejor cuando la exigencia interna desciende por el alcohol. Se aturden para esquivar los límites y aristas de la realidad, para soportar la fragilidad del amor, la imperfección de los padres, las dificultades para lograr sus deseos y aliviar el dolor que la existencia les causa. Carecen de capacidad para la frustración en una sociedad que valora más lo que se tiene que lo que se es, y que propone conseguirlo todo rápido.
Hay en esa etapa algo enigmático para los adultos. Se rechaza a los adolescentes cuando hacen ruido o ensucian la calle y se minimizan sus problemas aludiendo a la “edad del pavo” o recurriendo a frases tópicas (“cosas de la edad”). Se les descuida porque nos asusta su descontrol y la seguridad con la que hablan cuando lo tienen todo confuso. No conviene dramatizar. Lo normal es que sean capaces de controlar la situación cuando tengan estas experiencias, pero no hay que descuidarles.
El papel de los padres
¿Qué tenemos que hacer si sospechamos que nuestro hijo bebe? En principio, no mantener posiciones equívocas, como condenar el alcohol mientras los adultos beben. Conviene escucharles para saber qué les ocurre y cómo se sienten. Es bueno hablar con ellos y saber qué relación tienen con el alcohol, teniendo en cuenta que la gravedad se anuncia cuando se convierte en algo que necesitan para divertirse. No es conveniente negar lo que sucede, pensando que se les pasará. Este asunto forma parte de la tarea educativa y los padres deben tener información que les permita, en el peor de los casos, pedir ayuda. Enfrentarse a ellos de forma excesivamente autoritaria tampoco da buenos resultados, pues arruina la posibilidad de dialogar.
El estado psicológico anterior a la adolescencia condicionará su encuentro con el alcohol. No es frecuente que un chico formado en el respeto a su persona y en un ambiente de libertad, pero contenido por límites, caiga en el consumo excesivo. Françoise Dolto, psicoanalista especialista en infancia y adolescencia, dice que con la droga el deseo de vivir queda enterrado y el adolescente regresa al estado de bebé saciado, perdiendo la consciencia del propio sexo y de la identidad.
En tierra de nadie
Es importante el lugar que la sociedad destina a los adolescentes y los modelos que le ofrece. Hoy, viven un periodo cada vez más extenso en una “tierra de nadie” donde no está claro qué pueden esperar del mundo y qué se espera de ellos. Si a esto agregamos la claudicación de valores ante las exigencias mercantiles, no es extraño que carezcan de referentes que hagan posible la elaboración de la crisis adolescente. Ellos buscan cómo ser y los mensajes que reciben valoran el tener.
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