Que los padres sean consecuentes con los límites
que ponen a su hijo es premisa imprescindible para que él se atenga a ellos. Si un día le dejan arrancar las hojas del ficus y al día siguiente no se lo permiten, el niño se siente confundido. Es necesario ser coherentes si queremos que interiorice la regla.
Cuando los padres pasan por alto las prohibiciones unas veces sí y otras no, él percibe que ha hecho algo mal, pero no sabe qué. Esto genera inseguridad y dificulta el aprendizaje: el pequeño no aprende la norma, ya que piensa que en realidad no hay norma. Además, los niños enseguida se dan cuenta de las contradicciones de sus padres y las aprovechan para incumplir las reglas, ya que ven que son inconsistentes.
Asimismo, para prohibir con eficacia, es preciso ser convincentes, en otras palabras, evitar decir no con cara de decir sí (por mucho que a veces nos diviertan sus ocurrencias). Tenemos que acompañar la palabra con el tono y el gesto. El pequeño es muy sensible a la comunicación no verbal, ya que es la única que entendía hasta hace muy poco tiempo.
También es fundamental que el papá y la mamá estén de acuerdo en los límites establecidos. Es natural que haya discrepancias, pero debemos evitar discutir delante de el pequeño sobre la validez de las normas. Para él significaría que las normas son arbitrarias.
No es fácil mantener la calma cuando un niño, haciendo oídos sordos a nuestras prohibiciones, se obstina en seguir golpeando con su camión-grua la pantalla del televisor, tirar por la terraza sus zapatos o meter los deditos en el plato de lentejas de mamá. Pese a todo, debemos intentar contenernos. Ni los gritos ni las amenazas sirven de nada.
Comunicación con los hijos
La comunicación con los hijos es algo que no se improvisa. Requiere que se cultive desde los primeros años (los niños son espontáneos y habladores de por sí) para que después siga siendo natural y fluida. Dedicar tiempo suficiente a estar con ellos es algo que ningún padre debería descuidar. Además, hay algunas otras cosas que ayudan.
La edad de las preguntas, que se sitúa en torno a los tres años, no hay que tomársela como “algo molesto” (un niño puede hacer cientos de ellas en un día). Es fundamental contestar sin pensar que tenemos que dar siempre con la respuesta exacta, pero tampoco sacándoselo de encima. Basta con que note nuestra buena voluntad. A veces es bueno responder, “¿a ti qué
te parece?”. lo que ayuda a entablar conversaciones muy interesantes, disminuye la cascada de preguntas y hace al niño más reflexivo y conversador.
Cuidado con las órdenes. En algunas familias, sin darse cuenta, predomina una comunicación de tipo imperativo; “dame esto”, “quiero aquello”
Está comprobado que enriquece y educa mucho más dedicar parte del tiempo a comentar hechos y cosas, de modo que ambas partes puedan contar y opinar. Debemos tratar al niño como un interlocutor no como un subordinado.
Hay algunos trucos. En lugar de preguntarles, “¿qué hiciste hoy en clase?”, facilitaremos sus respuestas concretando más. “¿A qué jugaste en el recreo?” “¿Qué te enseñaron en lengua?”, son interrogantes con menos probabilidad de obtener un simple “nada” o “no me acuerdo”. También es importante hacer preguntas que no pueden responderse con un “sí” o un “no”, sino que necesiten algunas frases.
Fuente crecebebe.com
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