
Mediante la palabra y el juego el chiquito elabora y procesa sus conflictos y emociones. Por eso es tan importante potenciar que juegue con libertad. Proponerle que haga dibujos sobre ese mal sueño lo puede ayudar a canalizar su miedo.
Si las pesadillas se repiten con excesiva frecuencia, reflexionemos sobre el comportamiento de nuestro hijo durante el día, las imágenes que ve en la tele o el cine, los cuentos... Ya no es tan chiquito, pero algunas escenas pueden impresionarlo.
Si a los dos meses no hemos descubierto la causa, es imprescindible solicitar ayuda profesional; sobre todo, cuando sus miedos acaban integrándose en la rutina diaria. Lo habitual es que, a partir de los seis años, las pesadillas aparezcan sólo muy de vez en cuando en sus noches.
Después de una pesadilla

¿Cómo tranquilizarlo si acaba de sufrir una pesadilla?
Si se despierta, hay que estar a su lado, hablarle cariñosamente, abrazarlo, hacerle sentir nuestro calor: el contacto físico constituye en esos momentos el mejor sedante.
Si quiere contarnos el mal sueño, dejémoslo, aunque el relato nos parezca surrealista. Charlar sobre sus sentimientos lo ayudará a darse cuenta de que todo ha sido un mal sueño y que no tiene nada que temer. Si prefiere comentárnoslo a la mañana siguiente, hay que seguir las mismas pautas: la clave reside en escucharlo con atención, no con indiferencia.
No ridiculicemos sus temores ni lo llamemos miedoso, recordemos que las pesadillas no se pueden dominar, son producto del inconsciente. Sólo en casos extremos lo llevaremos a dormir a nuestra cama. Es preferible dejar encendida la luz del pasillo.
En algunas ocasiones, el pequeño rechaza el consuelo de uno de los padres y reclama con insistencia al otro. Hay que respetar su deseo, averiguar el motivo de ese rechazo y ponerle remedio.
Si se despierta, hay que estar a su lado, hablarle cariñosamente, abrazarlo, hacerle sentir nuestro calor: el contacto físico constituye en esos momentos el mejor sedante.
Si quiere contarnos el mal sueño, dejémoslo, aunque el relato nos parezca surrealista. Charlar sobre sus sentimientos lo ayudará a darse cuenta de que todo ha sido un mal sueño y que no tiene nada que temer. Si prefiere comentárnoslo a la mañana siguiente, hay que seguir las mismas pautas: la clave reside en escucharlo con atención, no con indiferencia.
No ridiculicemos sus temores ni lo llamemos miedoso, recordemos que las pesadillas no se pueden dominar, son producto del inconsciente. Sólo en casos extremos lo llevaremos a dormir a nuestra cama. Es preferible dejar encendida la luz del pasillo.
En algunas ocasiones, el pequeño rechaza el consuelo de uno de los padres y reclama con insistencia al otro. Hay que respetar su deseo, averiguar el motivo de ese rechazo y ponerle remedio.
Terrores nocturnos

¿Y en qué se distinguen los terrores nocturnos de las pesadillas? Son muy diferentes. Los primeros son menos frecuentes que las segundas y aparecen en la mitad de la noche, en la fase más profunda del sueño. Duran escasos minutos (aunque en algunas ocasiones se prolongan durante media hora) y, al día siguiente, el chiquito no se acuerda de nada.
Es mejor no hablar con él ni intentar despertarlo (está muy excitado y totalmente desorientado: no reconoce a los padres), pero sí conviene permanecer a su lado para evitar que se lastime y por si se despierta. En este caso, es muy probable que rompa a llorar y entonces sí necesitará que hablemos con él y lo calmemos.
El colegio de nuestros hijos

A la hora de buscar colegio, hay que tener presente que nuestro hijo puede o no encajar en él, que su buen progreso no sólo va a depender del espacio o de las instalaciones, o de lo caro que salga, sino de factores humanos, como las relaciones que establezca con las docentes y sus compañeros de clase. Los padres deben comprender que será de sabios rectificar si observan que el niño no progresa ni está a gusto en ese sitio que creíamos adecuado, y tranquilamente cambiar de colegio.
Conviene recordar que no siempre una escuela en apariencia maravillosa, llena de luz, buenas instalaciones, abundante personal y demás ventajas, es la garantía de una elección certera. Porque educar no consiste en una simple acumulación de datos, ni tampoco en el desarrollo de la inteligencia en una única dirección, ni en la posibilidad de cursar una determinada carrera y acceder a este puesto de trabajo seguro y bien remunerado. Esta sería una falsa interpretación.
Educar va mucho más lejos. Es dar al niño las herramientas para construir su vida, para que sea capaz de enfrentarse a todas las dificultades y aprenda a resolverlas en forma creativa y positiva. Es enseñar a cada uno a ser su propio maestro, mostrando en cada caso cómo aprovechar el conocimiento adquirido para lograr sus objetivos. Es, también, indicar el camino para saber buscar lo desconocido, acudiendo a las fuentes y utilizando los recursos propios. En definitiva, consiste en capacitar al sujeto para ser él mismo y, sobre todo, para ser feliz.
Conviene recordar que no siempre una escuela en apariencia maravillosa, llena de luz, buenas instalaciones, abundante personal y demás ventajas, es la garantía de una elección certera. Porque educar no consiste en una simple acumulación de datos, ni tampoco en el desarrollo de la inteligencia en una única dirección, ni en la posibilidad de cursar una determinada carrera y acceder a este puesto de trabajo seguro y bien remunerado. Esta sería una falsa interpretación.
Educar va mucho más lejos. Es dar al niño las herramientas para construir su vida, para que sea capaz de enfrentarse a todas las dificultades y aprenda a resolverlas en forma creativa y positiva. Es enseñar a cada uno a ser su propio maestro, mostrando en cada caso cómo aprovechar el conocimiento adquirido para lograr sus objetivos. Es, también, indicar el camino para saber buscar lo desconocido, acudiendo a las fuentes y utilizando los recursos propios. En definitiva, consiste en capacitar al sujeto para ser él mismo y, sobre todo, para ser feliz.
Fuente los-hijos.blogspot.com
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