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jueves, 13 de mayo de 2010

Lactancia materna: cómo evitar errores

Al dar el pecho, la madre alimenta el alma de su bebé. Pero para que esta experiencia sea placentera hay que acudir a ella sin conflictos internos que resolver.

En el arte de amamantar, el estado emocional de la madre determina la marcha del proceso. Cualquier mujer que haya amantado sabe del vínculo íntimo y profundo que se establece. Ella se encuentra después del parto en un estado de sensibilidad extrema y tiene que acomodarse a las necesidades de su hijo. El ambiente en que se produce el amamantamiento tiene que ser tranquilo y estar libre de tensiones, tanto internas como externas.

Al bebé, la vida le penetra por la boca. Junto a la leche materna se filtra otro alimento: el afectivo, que es fundamental para que la vida siga adelante. No obstante, el amamantamiento supone una intimidad que a veces asusta. Obliga a la madre a ponerse en contacto no sólo con la dependencia del bebé, sino también con la propia. Si la mujer se siente ansiosa, impaciente o tensa, el niño experimenta por contagio ese clima afectivo y se angustia con la leche. A la madre le influyen el ambiente actual y su historia emocional, pues también tiene una madre con la que inconscientemente se identificará.

Lucha interna

La pediatra y psicoanalista francesa Françoise Doltó cuenta esta sorprendente historia: cuando trabajaba en un hospital, una mujer tuvo un bebé del que dijo que no podía alimentarlo, no le subía la leche. Doltó le pidió entonces al médico que le preguntara a la mujer qué era para ella alimentar a un niño y qué tipo de relación mantenía con su madre. Con cierta incredulidad, el médico se lo comentó a una supervisora que se encargó de hablar con la joven madre. Le dijo que tendría que estar contenta. La chica se puso a llorar y dijo: "no puedo alimentarlo". "¿Por qué no puede?", le preguntó la supervisora. "Mi madre me abandonó", explicó la mujer. "¿Cómo es posible eso, con lo bonita que tenía que ser, igual que su bebé?", afirmó la supervisora. Entonces, la joven lloró en brazos de la supervisora que durante unas horas la cuidó como una madre. Poco después, la leche subió a los pechos de la joven madre, que pudo amamantar a su bebé.

La interpretación de Françoise Doltó de este caso es que la joven no podía amar al niño, a no ser que una mujer le permitiera expresar su dolor. La supervisora le dio la posibilidad de encontrar una relación maternal positiva diferente a la que ella había tenido. Este caso invita a reflexionar sobre los procesos inconscientes que actúan durante el primer lazo afectivo que se crea en la lactancia.

Siempre hay preguntas del tipo: ¿Cómo será la leche? La mujer se sentirá portadora de buenos o malos alimentos. Si ha elaborado la relación con su madre sentirá que posee buenos alimentos que ofrecer. ¿Es mejor poner horarios o dar de mamar cuando el niño lo pida? La primera opción es para que la madre pueda organizarse. Sin embargo, como en un primer momento el niño no distingue entre él y su madre, vive el hecho de no recibir la comida como una tensión. Los horarios libres, que tienen en cuenta el ritmo que el niño marca, tienen más beneficios psicológicos a la larga, aunque al principio puedan parecer más incómodos para la madre. El niño siente que ejerce algún tipo de control sobre el ambiente y que ese ambiente le entiende. Lo más conveniente es que cada madre siga los horarios que su sensibilidad le permita poner para sentirse bien y segura en la importante labor que realiza.

Cómo evitar errores

El destete debe ser gradual, porque si no el bebé se encontraría ante dificultades para integrar la experiencia vivida hasta ese momento de forma placentera. Este cambio no debe coincidir con otros, tales como la entrada en la guardería o un cambio de casa. Tampoco conviene dejar al bebé justo en estos momentos al cuidado de otra persona; si se necesita la ayuda de alguien, es mejor que esté antes. No hay que hacer caso a quienes atribuyen en primer lugar cualquier llanto del bebé a que la madre no tiene leche suficiente o que ésta no es nutritiva. Los llantos muestran, al contrario, que la alimentación es buena y el niño quiere más. La madre necesita tiempo para acoplarse a la demanda de su bebé.

¿Qué podemos hacer?

El deseo más importante del bebé es recibir el alimento de alguien que goza alimentándolo. Para que este placer se produzca, la madre no puede estar presionada. La ayuda que en primer lugar desea la madre es que el padre se comprometa en el proceso y la apoye en lo que sea necesario. Es importante que la mujer sepa y pueda compartir la tarea de alimentar a su bebé. La madre no debe asumir la hegemonía sobre el bebé; este afán la agobia a ella y perjudica al hijo.

Preparar un buen destete, que es aquel que hace el bebé solo y libremente porque ha tenido una buena alimentación. En tal caso, lo recibirá bien porque éste implica una ampliación importante al campo de su experiencia.



Los cuidados de la cabeza del bebé

Observar con detenimiento que la cabeza, los oídos, los ojos y el rostro del recién nacido no presentan anomalías preocupantes resulta de lo más conveniente, sobre todo en las primeras semanas de vida. Del cuidado de esta zona del cuerpo del niño puede depender su correcto desarrollo.

Todos los niños nacen con unos puntos blandos en el cráneo que se conocen como fontanelas y que permiten el desarrollo de su cabeza al ritmo adecuado. Las fontanelas se presentan preferentemente tanto en la parte anterior como en la posterior de la cabeza, y también en los laterales.

Al igual que ocurre con las suturas, las fontanelas se cierran de forma gradual para convertirse posteriormente en áreas óseas sólidas. Según registran los protocolos de la Asociación Española de Pediatría (AEP), la fontanela de la parte anterior de la cabeza se cierra usualmente entre los nueve y los doce meses de vida, mientras que la posterior –es más pequeña- lo hace entre dos y los tres meses.

NO PREOCUPARSE DE LOS LATIDOS.

Aunque estas fontanelas sean zonas blandas, no hay que preocuparse en exceso porque, paradójicamente, son muy sólidas debido a la estructura ósea que las protege. Algunos padres se preocupan al observar latidos en las fontanelas, pero hay que desterrar la inquietud porque resulta un fenómeno de lo más normal.

Lo que sí recomienda la AEP es acudir al pediatra si se observa que esos puntos están algo hundidos. Esto puede indicar que el bebé puede sufrir algún tipo de deshidratación, algo que debe de ser corregido de inmediato.

Por otro lado, para comprobar que todo está en orden, las fontanelas deben percibirse firmes y ligeramente cóncavas al tacto. Cuando el bebé llora o vomita, esa concavidad puede desaparecer de forma momentánea. Sin embargo, en cuanto el pequeño se calma y su cabeza se yergue, la situación se normaliza.

A veces, las fontanelas se perciben tensas o protuberantes debido a ciertas patologías, como la hidrocefalia o la meningitis, que se manifiestan en forma de presión intracraneal debido a la acumulación de líquidos en la zona.

Estas situaciones suelen ser, afortunadamente, excepcionales, pero si el bebé presenta las fontanelas realmente abombadas, y la observación de este fenómeno va acompañada de fiebre alta o situación de letargo, el cuadro puede resultar grave, por lo que se aconseja acudir inmediatamente a los servicios de urgencia del hospital más próximo.

ESCAMAS Y ACNÉ.

Muchos bebés presentan también “costras lácteas” que pueden resultar poco gratas a la vista. Se trata de unas escamas gruesas de color amarillo que son completamente naturales y que se eliminan con champús específicos aunque una limpieza del área con algodones empapados en aceite de oliva virgen también aceleran la “desescamación”.

Por otra parte, junto a esas “costras lácteas” la cabeza del bebé segrega un aceite natural que desprende un olor agradable y que, según los Anales de Pediatría, ayuda a crear el vínculo afectivo entre madre e hijo.

Con frecuencia, los bebés presentan también acné neonatal en las dos primeras semanas de vida. Las razones de esta afección dermatológica obedecen a cambios hormonales que experimentan al tomar contacto con el mundo fuera del útero materno. Las zonas más afectadas suelen ser las mejillas, donde se observan pústulas y pequeños ezcemas.

Según la AEP, estas manifestaciones son inocuas aunque definen ya el tipo de piel del niño: caliente, fría, suave o áspera. Asimismo, determinan cuál es la zona de mayor concentración de grasa del neonato: la frente, la nariz o la barbilla.

OJOS Y OÍDOS.

La mayoría de los pediatras coinciden en que no resulta aconsejable hurgar al bebé en los oídos, pues se trata de unos órganos demasiado sensibles y cualquier manipulación inadecuada puede provocar lesiones irreversibles.

Por ejemplo, no es recomendable en absoluto introducirle un bastoncito de algodón para limpiarle la cera, ya que podría perforarle el tímpano. A fin de cuentas, la cera protege de las infecciones en esa etapa tan delicada de la existencia del bebé.

En cambio no está de más limpiarle con un algodón o una gasa húmeda los lóbulos de las orejas aunque procurando en todo momento que no se cuelen gotas de líquido en los oídos.

Por lo que respecta a los ojos, a muchos lactantes les suelen supurar los rabillos de los ojos, o bien formarse una especie de costra amarilla. Esta afección es consecuencia de la obstrucción de los lagrimales por razones diversas. Lo normal en estos casos es que el problema desaparezca en dos o tres días después de proceder a la limpieza de la zona con una gasa humedecida en agua templada, o bien con una solución salina que debe recetar el pediatra.

Algunos niños de varios meses o más de un año presentan conjuntivitis, que se manifiesta en forma de ojos legañosos o irritados. Hay que tener cuidado porque esta afección ocular es muy contagiosa, por lo que hay que proceder con el máximo de asepsia.

Después de lavarse bien las manos con un antiséptico hay que proceder a la limpieza de la zona con una gasa empapada en la solución salina referida antes, pero procurando en todo momento hacerlo de dentro hacia afuera del lagrimal.

Fuente www.hoymujer.com

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